viernes, 12 de febrero de 2016

LOS JARDINES DE LA DISIDENCIA (JONATHAN LETHEM)



En un momento dado de Trumbo: la lista negra de Hollywood, Otto Preminger le recrimina al epónimo protagonista que el guion de Éxodo sea genial solo a momentos, a lo que replica este que una obra narrativa magistral de principio a fin sería terriblemente aburrida. Viene esto a propósito de Los jardines de la disidencia de Jonathan Lethem, otro título que, en la línea de la trilogía americana de Philip Roth, aspira a captar la esencia, el espíritu del país de las barras y estrellas, aunque sea a partir de sus elementos marginales. No hay duda de que Lethem, de quien por aquí nos enamoramos al comenzar el milenio con Huérfanos de Brooklyn y La fortaleza de la soledad, es un grandísimo escritor pero su afán por demostrarlo en cada párrafo con una prosa que a base de tropos e innegable grandilocuencia proclama “¡aquí estoy!” le acaba pasando cierta factura. Llama demasiado la atención sobre sí misma y se impone sobre una narración que engancha e interesa, es cierto, pero carece de -¿cómo decirlo?- cierta cotidianeidad, banalidad quizá. No hay, pues, contraste y en el arte, como en la vida -como bien comprendió siglos ha el conde de Montecristo-, todo es contraste.
No me malinterpreten. Los Jardines de la Disidencia es una novela más que interesante, versando como versa sobre unos cuantos habitantes de los márgenes de la Historia estadounidense de la segunda mitad del XX y principios del XXI, ya se trate de una comunista implacable defenestrada antes del desengaño con Stalin; su exmarido huido a Alemania en pos de un sueño revisionista; su hija ganada para el Village, los hippies y la causa sandinista; un primo nacido veinte años tarde en lo público y en lo privado; un profesor de universidad un tanto antipático -pero protagonista de los episodios que más empatía despiertan- y un joven ansioso por conocer su propia historia. El lector, sin embargo, no llega a empatizar con ninguno de sus personajes y lo leído tampoco genera choque o extrañeza. Le falta algo de nervio, creo, a esta novela de Lethem, por más que esté muy, muy bien escrita.

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