miércoles, 30 de diciembre de 2015

EN LA NIEBLA (RICHARD HARDING DAVIS)



Ando un poco perezosa últimamente y con un par de reseñas en la alforja del “debe”: la de los Cuarenta y un intentos fallidos de Janet Malcolm y la de La ley del menor de Ian McEwan. Disfruté bastante más del ensayo de Malcolm, sobre todo, de los capítulos dedicados al amigo Salinger y Virginia Woolf, que me tuvieron con el cuaderno abierto y el bolígrafo atento párrafo sí y párrafo también. La novela de McEwan, en cambio, me resultó un tanto tibia, casi diría superficial, a pesar de las posibilidades de los conflictos que plantea.
De todos modos, si hoy me acerco a esta esquina por última vez este año es para recomendarles un entretenimiento tan frívolo como exquisito y adictivo, una nouvelle detectivesca ambientada en un Londres de lo más victoriano. Lleva el muy sugerente título de En la niebla y no deja de ser una partida de cluedo con la que cuatro caballeros de un exclusivo club entretienen las horas y a un oyente más que adicto a las historias del género. Presenta cada uno de ellos una versión o perspectiva de un mismo crimen y, antes o después, aparecen en sus respectivas historias caballeros dados por muertos, princesas rusas de dudosa reputación, intentos de robo en un viaje en tren, un mayordomo sospechoso y una disputa familiar por una herencia. No faltan, por supuesto, un par de vueltas de tuerca que contribuyen a generar la impresión de que su autor, americano pese a las apariencias, ha querido escribir una novela de detectives de manual y de que se ha divertido de lo lindo haciéndolo. La metaficción es más antigua de lo que tiende a creerse.
Así que ustedes, ya saben, lean, lean. Y, por supuesto... ¡Feliz Año Nuevo!


miércoles, 9 de diciembre de 2015

EL CHICO DE LA TROMPETA (DOROTHY BAKER)



Se inicia El chico de la trompeta de Dorothy Baker con un prólogo que muy bien podría emplearse en las clases de Teoría de la Literatura que por el mundo queden para ilustrar las teorías del formalismo ruso; ya saben, aquello de que en su estructura profunda todas las obras narrativas pueden reducirse a un esquema articulado en unidades menores del tipo de planteamiento inicial, conflicto, auxiliar mágico, búsqueda, etc. En efecto, en un puñado de páginas resume la peripecia un narrador casi anónimo, que más adelante se identificará de manera un tanto casual como el pianista de una de las orquestas del protagonista: origen humilde, hallazgo casual de una pasión -la música, para más señas-, aprendizaje, auge y caída:

“No hay gran cosa que contar, si atendemos al esquema general. Rick nació en Georgia cinco o diez minutos antes de que su madre muriera y unos diez días antes de que su padre se largara y lo dejara con su tía [...] Dado que llevaba en la sangre un don misterioso para la música, llegó a convertirse en pianista consumado cuando aún era un chaval [...] Y entonces aprendió a tocar un instrumento de viento, la trompeta [...] Causó furor, sobre todo entre los músicos. [...] Se forzó demasiado [...] y su vida se consumió antes de que cumpliera los treinta.”
El chico de la trompeta
Dorothy Baker (traducción de Ismael Attrache)


Otro genio torturado, otro artista consumido por su pasión y la mala vida en la misma flor de la vida. O eso podría parecer. Pero el arte es, ante todo, forma, detalle, concreción. Y tras el prólogo, que podría funcionar a modo de reticencia, se inicia la historia propiamente dicha, en la que, aún con la misma perspectiva, la de un narrador omnisciente en tercera persona -ese pianista al que antes mencionábamos-, se relata pormenorizadamente la historia del ficticio Rick Martin, que triunfó como músico de jazz en el Los Ángeles y el Nueva York de la Ley Seca. Hay ahora lugar para más conflictos, para plasmar la amistad, una relación amorosa -torturada, por supuesto-, para una espiral de alcohol y nocturnidad, para retratar mejor que bien el auge del jazz a finales de los ’20 y principios de los ’30 y, sobre todo, para retratar cómo una pasión, una obsesión, puede regir y destruir una vida.
Es esta la primera novela de Dorothy Baker, de la que hace unos meses leímos por aquí maravillados Cassandra en la boda y, aunque no hay aquí la sofisticación y profundidad psicológica de aquella, quizá por la perspectiva adoptada, no hay duda de que es esta otra magnífica novela que ustedes, por supuesto, no deberían dejar de leer. Lean, lean.


miércoles, 2 de diciembre de 2015

OTOÑO (JON MCNAUGHT) // ELLOS-ELLAS (SEMPÉ)



Intento estos días recuperar el viejo hábito de leer en el autobús. Sin embargo, pese a que el viaje al extrarradio se lleva sus buenos 25 minutos, no es fácil abstraerse de los frenazos, paradas y, sobre todo, de la cháchara alborotada de los adolescentes que vuelven del instituto justo cuando a mí me toca ir. He optado, así pues, por renunciar a la prosa y dedicarme a tres magníficos volúmenes, novela gráfica uno, díptico de viñetas, los otros dos.
Otoño, de Jon McNaught, recientemente editado por los amigos de Impedimenta con el gusto que les es propio, es una obra singular. Sin apenas texto, con tan solo un par de palabras de apariencia casual, en tonos sepia y con una técnica análoga al slow-motion, centrando el foco ya en la caída de una hoja, ya en las ondas en un charco, ya en un sorbo de una taza de té, teje la historia aparentemente banal y anodina de un ayudante de cocina en una residencia de ancianos y de un solitario repartidor de periódicos a la salida del instituto. El único punto de unión entre ambos es el escenario, el muy otoñal Dockwood, una pequeña ciudad inglesa. Poco o nada fuera de lo común ocurre durante la única jornada en la que se desarrolla Otoño: aquí la muerte de la anciana que ocupaba la habitación número 12, allí el préstamo de un videojuego. Sin embargo, el título de Jon McNaught cala hondo, pues con su atención al detalle nimio y banal capta una buena ración de esos momentos de los que se compone cada día y que, a fin de cuentas, son mayoría en nuestras vidas y se convierte, en consecuencia, en una hermosa crónica de la cotidianidad. 



Más lugar para el humor hay en el díptico Ellos / Ellas del Sempé de El pequeño Nicolás, con el que asociaré para siempre las tardes de viernes en la biblioteca escolar. Publicados ambos por Norma Editorial, son una recopilación de viñetas protagonizadas por hombres y mujeres respectivamente. Un par de líneas, a lo sumo, al pie de los dibujos de trazo fino, sutil y elegante que le son propios, le bastan a Sempé para construir historias desternillantes, como la de una mujer que no ha logrado olvidar a un antiguo amor dado a la repostería, el payaso desprovisto de autoridad con sus retoños, un botones enamoradizo o el anfitrión que no sabe lo que se le viene encima; pero también entrañables como esa pequeña historia del ciclo de la vida, protagonizada por voyeuges en sucesión y presentada a través de dos ventanas. Sí, las viñetas de Sempé tienen también el encanto de una cotidianidad un tanto sublimada, es cierto, pero condenadamente hermosa.

Así que Vds. ya saben, lean, lean y, sobre todo, vean, vean.