martes, 6 de octubre de 2015

EL BAR DE LAS GRANDES ESPERANZAS (J. R. MOEHRINGER)



No les he abandonado. Ocurre tan solo que ando un poco a contrapié adaptándome de nuevo a la vida urbana y a una colección de alumnos un tanto peculiares que poco o nada tienen que ver con los que tuve el privilegio de toparme en mis cinco años de idilio menés. Beatus ille...
He leído y disfrutado los Cuentos completos de Kingsley Amis, aunque menos que su novela Lucky Jim; el Pájaro de celda de Vonnegut; la novela gráfica Sufragista; la sugerente Historias de la granja de Lemire, tomo inaugural de una trilogía que merece, sin duda, leerse; la magnífica Los solteros de la siempre mordaz y ácida Muriel Spark y, por último, El bar de las grandes esperanzas de Moehringer, que aquí me trae hoy.
Ustedes que me conocen bien saben que más de una vez he defendido que la nostalgia es uno de los motores narrativos más poderosos -ahí tienen la Odisea de Homero como aval- y saben también cuánto he disfrutado de la prosa de Chabon, del Retorno a Brideshead de Waugh o de los Pájaros de América de Mary McCarthy, en la que un bisoño Peter Levi pugnaba por retornar a una década de los ’50 en retroceso. No tengo, pues, prejuicios contra el uso literario de tal pena. ¡Al contrario!
Sucede, sin embargo, que El bar de las grandes esperanzas, memorias de las vivencias de su autor en el Dickens -luego Publicans- resulta excesivo en este aspecto. Llega incluso a empalagar. El propio autor se reconoce en el epílogo “borracho de nostalgia” y ese parece el estado en el que ha escrito este volumen. Si a ello añadimos que el leitmotiv obsesivo de la obra es la ausencia de una figura paterna, omnipresente como “la Voz”, la consiguiente búsqueda de un padre vicario en cada uno de los tipos que frecuentan el bar, y el espacio dedicado a los desmanes de una femme fatale, el resultado es, creo, una sucesión de tópicos de manual. Todo ello viene adornado, además, con un tono grandilocuente. Moehringer parece empeñado en regalarnos una lección de vida en cada párrafo y el conjunto termina resultando cargante, pese al innegable talento como prosista del autor. Ustedes verán.