domingo, 19 de julio de 2015

CINCO ITINERARIOS PARA UNA NOVELA FUTURA (JUAN MIGUEL ARIÑO)



Abría el otro día un par de cajas de libros de la reciente mudanza en un intento vano de hacerles sitio a unos cuantos y me reencontraba con un pequeño ejemplar tan sobrio y elegante como la firma que lo edita, Shangri-La, que su capitán Jesús Rodrigo me regaló hace ya casi tres años.
Se trata de Cinco itinerarios para una novela futura, en el que su autor, Juan Miguel Ariño, ofrece un hermoso y sentido, sí, pero también lúcido y erudito análisis de cinco hitos de la narrativa del XIX y del XX. En la línea del Saul Bellow de los ensayos recopilados en Todo cuenta: del pasado remoto al futuro incierto (Galaxia Gutenberg, 2005), se reivindica antes como lector que como crítico, reconoce la subjetividad de su análisis -partiendo de la misma elección de su objeto- y cuestiona, con razón, el papel de una crítica lejana y oscura encerrada en su torre de marfil en la guerra que la Literatura con mayúsculas sostiene desde hace años contra la mercantilización y, sobre todo, la banalización.
Su lectura es, ciertamente, personal, pero no hay duda de que está avalada por el conocimiento reposado de lo mejor del canon occidental. Por cierto que, en opinión de quien les habla, acierta al corregir a Harold Bloom y señalar la Odisea de Homero, y no a Shakespeare, como hito fundacional de la narrativa occidental, determinada por el viaje y la aventura. La aproximación de Ariño no parte, seguramente, de ninguna corriente crítica en boga en la Universidad pero, sin duda, es muchísimo más honda y certera que muchas interpretaciones sancionadas por corrientes teóricas. Y se me viene aquí a la cabeza el caso aquel de aquella profesora de estudios de género que negó, por desconocimiento, supongo, el conflicto de Hesíodo con su hermano Perses y alteró sustancialmente, para adecuarlo a sus fines, el episodio de Ulises y las Sirenas.
En ese recorrido felizmente subjetivo elige Ariño, entre otras, dos de nuestras paradas preferidas, La montaña mágica de Thomas Mann y la trilogía de Frank Bascombe de Richard Ford. Presenta a la primera como un epígono de una época extinta en el momento de su redacción y nos obsequia, además, con dos lecturas, la primera más histórica y simbólica, la segunda, más atenta a las vicisitudes de los personajes.
En cuanto al Frank Bascombe de Ford, acierta al presentarlo como un Sancho Panza de las letras estadounidenses, cuyas principales virtudes, señala, son la inmediatez de su prosa y el haber sabido integrar elementos de la cultura popular -no necesariamente banal-. Amén. Bascombe es, ciertamente, un antihéroe, un hombre estático y tranquilo en un escenario que idolatra a héroes de acción y que ha llegado a banalizar a Hemingway de tanto imitarlo. De nuevo, amén.
No les digo más, salvo el consabido lean, lean. Y, por supuesto, ¡muchas gracias, Jesús!



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