domingo, 22 de febrero de 2015

LO QUE DIJO HARRIET (BERYL BAINBRIDGE) // UNA SEMANA EN LA NIEVE (EMMANUELE CARRÈRE)



Leo en apenas unos días dos títulos protagonizados por niños y, pese a que las más de las veces la inocencia y candidez propia de la edad alcanza validez casi universal, ni el tierno infante Nicolas de la nouvelle de Carrère ni las dos crueles e implacables nínfulas de Bainbridge cumplen con el estereotipo; más bien la invitan a una a replantearse su profesión.
Una semana en la nieve se inicia como el plácido relato de la excursión a la nieve de un niño sobreprotegido. No parece que el conflicto motor vaya a ir más allá de ciertos problemas de integración, una bolsa olvidada en un maletero o los peligros que comporta que, a sus ocho años, el pequeño Nicolas siga mojando la cama. Sin embargo, esta nouvelle está todo lo lejos que se puede estar de un lírico relato de emancipación. Más pronto que tarde Nicolas se revela como un niño temeroso y atormentado por los miedos y silencios de sus padres y con una capacidad fabuladora que no se detiene ante reparo alguno. Las inquietantes noticias de la desaparición de un niño en las cercanías del albergue añaden un toque morboso y truculento a una historia que, aunque un tanto previsible, golpea en su parte final de un modo propio al autor de El adversario.


Si de crueldad infantil tratamos, sin embargo, se llevan la palma las dos amigas preadolescentes de Lo que dijo Harriet, protagonistas ambas de una historia de verano que, se adivina desde un principio, terminará en desastre. El objeto de sus maquinaciones es un vecino cincuentón, infelizmente casado, que, incauto él -dejemos a un lado sus muy despreciables tendencias pederastas-, se deja engatusar por las dos amigas, aun reconociendo la maldad de la Harriet epónima. Como es habitual en ella, Beryl Bainbridge compone un retrato frío y distante de sus personajes, tan implacable como sus protagonistas y que, como dijo la crítica de su compatriota Muriel Spark deleita aterrorizando. No se la pierdan.


lunes, 16 de febrero de 2015

EL ASIENTO DEL CONDUCTOR (MURIEL SPARK)



“Yo soy una creyente estricta, de hecho, una Testigo, pero no confío en las líneas aéreas de los países cuyos pilotos creen en la otra vida. Se va más seguro con los incrédulos. Me han dicho que en ese particular las líneas escandinavas son absolutamente fiables.”
El asiento del conductor,
Muriel Spark
(Traducción de Pepa Linares)


Decía Mary McCarthy, y obraba en consecuencia, que, si se quiere escribir una buena historia, toca dejar a un lado la piedad. Tal parece ser también el mantra de Muriel Spark, a quien por aquí admiramos desde que, hace ya unos cuantos años, leímos La plenitud de la Señorita Brodie, a la que tanto debe, por cierto, El ensayo general de la Eleanor Catton de Las luminarias. Siguieron después Las señoritas de escasos medios, La abadesa de Crewe y Memento Mori, habitadas todas ellas por personajes a los que la autora, tan chispeante y divertida como su apellido, expone y disecciona sin ningún tipo de compasión o empatía, sino, más bien, desde la distancia de seguridad que le ofrece una ironía brutal, rayana casi en el sarcasmo.
Sin embargo, es en El asiento del conductor, la soberbia nouvelle que aquí nos trae hoy, donde la autora lleva su poética a sus últimas consecuencias para ofrecernos una historia tan absorbente y divertida como cruel. El punto de partida, los preparativos de Lise para irse de vacaciones al sur de Italia, es ciertamente de lo más inofensivo. No obstante, cierta sensación de dislocación, de perversión incluso, acecha desde el comienzo al lector, motivada no solo por las reacciones de Lise, tan desparejadas y desproporcionadas como su atuendo vacacional, sino también por el frío e inmediato anuncio de que El asiento del conductor es el relato de las últimas horas de vida de la protagonista.
Lo que sigue a continuación encaja tan poco en los esquemas de la comedia de viaje como en los de thriller al uso, pues Lise es muchas cosas excepto una víctima inocente y, conforme nos aproximamos desorientados y desasosegados al final, vamos comprendiendo que, como casi siempre, nada es lo que parecía en un principio y que el aparente viaje de recreo lo era más bien de búsqueda -no necesariamente de un novio- y macabro como pocos. Para cuando llega el final, perfecto y redondo como todo lo que precede, todas las piezas encajan y una no puede hacer otra cosa que quitarse el sombrero, reconocer el genio de la autora y proclamarlo a los cuatro vientos.
Lean, lean.




domingo, 15 de febrero de 2015

TIRAS CÓMICAS (FLANNERY O’CONNOR)



En casa siempre hemos tenido especial debilidad por el “estilo sureño”. No me malinterpreten. Tomamos partido por Willen Dafoe y Gene Hackman en Arde, Mississipi y nos horrorizamos ante la violencia burda y brutal del Klan. Me refiero a que nunca hemos perdido la oportunidad de disfrutar de una buena historia de familias eternas con rencores enquistados y tías excéntricas que atenúan el ardiente calor del Mississipi con jarras de té helado y abundantes porciones de tarta de limón. Ya supondrán Vds. que, dada mi querencia por las letras estadounidenses, no tardé mucho en descubrir a y disfrutar de Truman Capote, Harper Lee, y, sobre todo, Eudora Welty. Con Flannery O’Connor tengo, sin embargo, una relación ambivalente. De hecho, fue leyéndola por vez primera con veintipocos años cuando comprendí a qué se refería Zadie Smith cuando decía que los buenos escritores no sólo nos llevaban a la identificación con lo leído, sino que sacudían nuestra visión del mundo. Me recuerdo leyendo “Una vista del bosque”, encantada con la entrañable estampa familiar que componían un abuelo y su nieta, cuando, de repente, sin previo aviso, se desataba la violencia. La lectura de sus Cuentos completos y de Sangre Sabia, una de sus novelas, me demostró posteriormente que la violencia, como la ignorancia y la zafiedad, son ingredientes fijos en la narrativa de O’Connor. Si resultan tan chocantes es porque aparecen combinadas con un sentido del humor de lo más peculiar.
Ese sentido del humor es el que anima las viñetas recopiladas de manera impecable por Nórdica Editorial para inaugurar su serie Nørdicacómic. Se recogen en este volumen los linograbados y dibujos que O’Connor realizó durante la Secundaria y su estancia en la Universidad de Georgia, a finales de los años ’30 y primeros de los ’40, en plena Gran Depresión y II Guerra Mundial. Los trazos son gruesos y poco detallados pero las escenas resultan igualmente vívidas y concretas y componen un irónico y afectuoso retrato de la vida del campus. Parte del enorme atractivo de este volumen reside también en el ameno, lúcido y esclarecedor ensayo de Kelly Gerald, en el que se traza un perfil vigoroso y atractivo de la autora, genio y figura desde su más tierna infancia hasta su muy prematura muerte, aquejada de lupus: los enfrentamientos con las monjas del colegio, el documental dePathé sobre el pollo al que enseñó a caminar al revés, su afán en coleccionar cartas de rechazo de consejos editoriales... En fin, el estilo sureño.
Háganse un favor y lean, vean y disfruten de Flannery O’Connor.