lunes, 23 de junio de 2014

LOGICOMIX: UNA BÚSQUEDA ÉPICA DE LA VERDAD (APÓSTOLOS DOXIADIS ET ALII)



El de “épica” es el calificativo que con acierto recibe la “búsqueda” del subtítulo, la que se refiere al intento de Bertrand Russell y otros gigantes de la Lógica de hallar un fundamento racional y validable, esto es, matemático, para el mundo. A mitad de camino de Logicomix el gran viaje de Russell se equipara, de hecho, al de Odiseo, héroe épico por antonomasia. Y no es este el único paralelo con la Literatura Griega que se establece en esta singular historia, que se cierra de manera más que singular, aunque, eso sí, un tanto forzada, con una escena de las Euménides, obra final de la Orestía, trilogía de Esquilo. Nombres como los de Parménides, Aristóteles y Euclides, referencias a las Danaides, Tiestes o Atreo, campan tan a sus anchas en esta obra como los del propio Russell, Whitehead, Wittgenstein, Gödel o Turing, entre otros. Son estos últimos, eso sí, los pioneros y campeones de las Matemáticas y la Lógica del siglo xx, los verdaderos protagonistas de esta búsqueda de certezas entre conceptos tan abstrusos como el de infinitud, teorías de conjuntos, paradojas endemoniadas provocadas por la autorreferencia y desasosegantes teoremas como el de la Incompletitud. Hay también lugar, por suerte, para asuntos más mundanos como la accidentada vida doméstica de Russell, su pacifismo militante o su condena del aislacionismo estadounidense durante el ascenso del Nacionalsocialismo y todo se articula con la biografía del propio Russell, narrada por él mismo, como eficaz hilo conductor.  

Si además todo ello viene brillantemente envuelto en forma de cómic por los ilustradores Alecos Papadatos y Annie Di Donna, entenderán que Logicomix, cuyo principal autor es el Apostolos Doxiadis de la excelente El tío Petros y la Conjetura de Goldbach, me parezca, además de magnífica, toda una heroicidad en estos tiempos que corren; tan grande, de hecho, como la singularidad de la alumna que me la recomendó, a la que solo le hace falta decidirse a trabajar para empezar a brillar como su talento le permitiría.

Mientras tanto, ustedes lean, lean y vean.


miércoles, 18 de junio de 2014

X (PERCIVAL EVERETT)



Lo dice Michael Chabon en Maps & Legends y Vds. pueden leerlo también a la derecha, en la sección –nada actualizada últimamente, perdón- “Se dice por ahí”:

"Sometimes it's hard, trying to make art you know you can sell without feeling that you are selling it out. And then sometimes it's hard to sell the art that you have made honestly without regard to whether or not anyone will ever want to buy it. You hope to spend your life doing what you love and need and have been fitted by nature or God or your protein-package to do: write, draw, sing, tell stories. But you have to eat."

Lo dice Chabon y le viene que ni pintado al protagonista de X, Thelonius “Monk” Ellison, atrapado por su negritud y, sobre todo, por la narrativa que la crítica monolítica y superficial espera de él: una que condense la realidad afroamericana. Monk se encuentra mucho más a gusto, sin embargo, en espacios marginales y minoritarios, como sus adaptaciones sesudas y elitistas de Los Persas de Esquilo o la ficción de diálogos entre artistas de vanguardia, para disgusto de su agente e indiferencia del gran público, claro está. De hecho, en el momento en que transcurre esta historia el común de los mortales se halla cautivado por la novela tópica y lacrimógena de Juanita Mae Jenkins, promocionada a bombo y platillo por un trasunto de Oprah Winfrey. Si a la frustración artística de Monk sumamos el drama personal de la muerte violenta de una hermana, la lejanía –literal y figurada- del otro y el alzheimer que ha hecho presa en la mente de la madre, no extraña que nuestro héroe acabe escribiendo en un rapto una parodia de novela afroamericana, incluida muy acertadamente en X, y titulada de un modo más que gráfico como Porculo.
El desahogo se vuelve, no obstante, tormento, cuando las editoriales empiezan a tomarse en serio este subproducto y Monk, o su heterónimo, alcanza el éxito merced a aquello que más detesta.
X de Percival Everett se mueve en los terrenos de William Boyd y su magistral superchería sobre Nat Tate y lo hace con la misma gracia e ironía que aquel, aunque con sutileza menor y más mala leche. El resultado es una novela inteligente, divertida y lograda sobre los vaivenes vitales, la volandera fortuna y la superficial dictadura de un establishment cultural y mediático que todo lo devora y destroza.
Lean, lean…


martes, 3 de junio de 2014

EL FRAGOR DEL DÍA (ELIZABETH BOWEN)



Elizabeth Bowen eligió el Blitz de Londres para ambientar la peripecia de Stella Rodney, una viuda poco común puesta en la difícil tesitura de elegir entre la confianza en su amante y el precio que le exige por su silencio aquel que lo ha acusado de vender secretos a los alemanes. Piensen mal y acertarán.
No deberían esperar ustedes, sin embargo, acción trepidante, carreras por el Londres del blackout, códigos secretos, malvados embozados ni demás aspavientos y florituras propios de la novela de espías -benditos sean, por cierto-. No, El fragor del día es una novela de caracteres y sorprendentemente prosaica, además, dados los ingredientes que maneja. Las muertes y confesiones podrán darse en circunstancias dignas de melodrama de guerra pero se asumen con naturalidad. Podría considerarse, quizá, la prima divertida de Los esclavos de la soledad de Patrick Hamilton, de la que por aquí hablamos hace ya casi ¡cuatro años! Divertida, sí, pues donde aquella volvía lo cotidiano en una realidad asfixiante, Elizabeth Bowen convierte lo costumbrista en una fuente de humor, como ese funeral del primo irlandés desconocido  al que unos cuantos pacientes de psiquiátrico acuden en calidad de extras o esas dos dicharacheras amigas obsesionadas por leer en la prensa el modo en el que deben sentirse.
Merece la pena, así que lean, lean...