lunes, 10 de septiembre de 2012

PULSO (JULIAN BARNES) / CHARLES DICKENS (CLAIRE TOMALIN)



El de “irregular” debe de ser uno de los adjetivos más frecuentemente asignados al grupo sintagmático “colección de cuentos”. No se me asusten. No va la cosa de gramática. No todavía, al menos, pues las clases no comienzan por estos pagos hasta el próximo jueves. La cosa hoy va de una excepcional colección de cuentos, que lo es -excepcional, digo- por la sorprendente homogeneidad de la calidad de cada una de sus piezas. Contienen estas páginas relatos de diverso tipo, más o menos sofisticados, intelectuales o apegados, más bien, a lo sensorial... Unos son cínicos y desesperenzados y otros, en cambio, más vitalistas pero todos tienen cabida, cómo no, para la ironía y el humor tan caros al autor de Amor, etc. y El loro de Flaubert. La cosa, por cierto, va de Pulso de Julian Barnes. Así que ya saben... Lean, lean...

                                  

Quien desde aquí les habla está, por otro lado, encantada de haber podido participar, aun a pequeña escala, del año Dickens y haber sido la encargada de criticar para los amigos de Qué Leer la magnífica biografía que del Fénix de los Ingenios de las Letras Inglesas hizo recientemente Claire Tomalin. Pueden leerla en el número del corriente septiembre de la mencionada revista o, si lo prefieren, aquí:


“Charles Dickens”
Autora: Claire Tomalin
Traductora: Begoña Recasens
Editorial: Aguilar
568 páginas. 18 euros
[Cuatro tinteros]

Se cumplieron el pasado mes de febrero doscientos años del nacimiento de Charles Dickens y, siendo los británicos tan dados al género biográfico (ahí está Boswell para constatarlo), no podía faltar un título como el aquí criticado para celebrar tal efeméride y honrar a una de las más preciadas joyas de su corona.
Se inicia la biografía de Tomalin con un magnífico prólogo in medias res que presenta a Dickens ejerciendo de jurado en un juicio por infanticidio, capaz a un tiempo de lograr la absolución para la madre y de forjar una hermosa imagen tras contemplar el cadáver del bebé sobre una mesa de autopsias, como dispuesto a ser devorado por “el gigante de algún cuento”. Es programático este prólogo, pues vida y obra se retroalimentan en el biografiado, hasta el punto de que, si no incurriéramos en un círculo vicioso, casi se podría decir que sus orígenes son ‘dickensianos’. En la correspondencia con sus amigos se muestra a menudo tan melodramático como los protagonistas de sus historias y, como afirman los paratextos de esta edición, su vida puede muy bien leerse como una novela victoriana. Y no es de extrañar, tratándose de alguien que dedicó la práctica totalidad de su tiempo a la escritura compulsiva de novelas, cuentos, adaptaciones teatrales, crónicas periodísticas...
Tomalin, sin embargo, hace tan sólo una somera reseña de la obra y sitúa el foco en la vida social y familiar de Dickens con una exhaustividad rayana en el exceso. Esta lectora habría agradecido una criba mayor de la información, si bien es cierto que el aluvión de citas y encuentros aparentemente intrascendentes, junto con algún que otro juicio casual y anecdótico, aporta color y, acompañado como está de un ejemplar aparato crítico, da cuenta del rigor de la autora. Y también de su valor, pues tras el Genio, tras el portavoz de los oprimidos, se revela finalmente (the Victorian ages!) un marido, amante, padre y amigo implacable, contradictorio e hipócrita, algo que sus compatriotas no siempre han estado dispuestos a admitir. Desde aquí, cómo no, aplaudimos la integridad de la autora pero, puestos a elegir, nos quedamos con el Genio.
Cecilia Blanco Pascual