domingo, 19 de agosto de 2012

WESTWOOD (STELLA GIBBONS)


Una lee los paratextos de la edición que Impedimenta ha hecho del Westwood de Stella Gibbons y no puede estar más de acuerdo con las palabras de The Times: 
“Stella Gibbons es la Jane Austen del siglo xx.” 
En lo que se refiere a esta novela, al menos, y si atendemos, sobre todo, a temas y tono. No hay en ella ciertamente tanto lugar para el absurdo y lo pintoresco como en los títulos de Flora Poste, sino que muy en la línea de la gran dama del xviii-xix, el humor es más sutil y, por ello, más inglés. Además, narra Westwood la educación sentimental de una joven recién llegada a la gran urbe londinense, inmersa por cierto en el blitz, el blackout y el racionamiento, presentados, eso sí, de modo frívolo, como meros inconvenientes que impiden llegar a tiempo a una fiesta tras un estreno teatral, obligan a gestionar las golosinas de los críos o mandan a la babysitter al hospital durante tres semanas; o mcguffins que permiten que la protagonista entre en un mundo que, en principio, sólo en principio, no le corresponde. No, nada es demasiado serio en Westwood. De hecho, el señor Challis, reputado dramaturgo con ansias de trascendencia y estilo más que solemne, del que se encapricha la heroína de un modo pueril, es ridiculizado hasta decir basta. La propia heroína, Margaret Streggles, recibe todos sus golpes y decepciones por tomarse las cosas demasiado en serio, como le recriminan unos cuantos personajes ligeros de cascos que consciente o inconscientemente se refieren a ella como Struggle. Hay también en Westwood lugar para tratar de la diferencia de clases, sólo un tanto diluída por efecto de la guerra y por una suerte de principio estético: la clase alta es aquella que tiene acceso a la cultura y la belleza artística, por más que sea incapaz de apreciar la hermosura de un atardecer en la campiña. Y, para no extenderme más con los paralelos con Jane Austen, Margaret está obsesionada por conseguir casarse, aunque todos sus posibles pretendientes no lleguen ni a eso, a “posibles”. Pero ¡ey! The Times lo ha dicho: es el siglo xx y, por fortuna, Stella Gibbons es capaz de idear para nuestra heroína un happy end que no la haga pasar, necesariamente, por la vicaría. El secreto lo aporta una anciana entrañable entre las ramas de un ciruelo: Belleza, Tiempo, Pasado, Compasión y... Risa, id est, los Nobles Poderes. En fin, lean, lean.


domingo, 12 de agosto de 2012

LA TERCERA PERSONA (ÁLVARO DE LA RICA)


Dice un mantra poco compartido hoy día que “somos lo que leemos”. No estoy del todo segura sobre mi posición sobre tan rotundo y un tanto elitista adagio pero sí que creo firmemente en su reverso: “leemos lo que somos”. Cuando uno lee, proyecta necesariamente sobre el texto aquello que ha asumido previamente, bien para ratificarlo, bien para ponerlo en duda. El caso es que lo proyecta y no pocas veces en exceso, hasta el punto de forzar el objeto para acomodarlo a lo que queremos que diga. Buena parte de la crítica universitaria contemporánea se ha asentado sobre tal práctica, como con tanta crudeza como razón denunció Harold Bloom en ¿Cómo leer y por qué?
Ratifico la mayor pero hay que reconocer también que no es fácil escapar a la propia formación y quizá sea esta última, mi formación en la Facultad de Filología de la Universidad de Oviedo, la responsable de que haya leído La tercera persona de Álvaro de la Rica en clave estructural. Pero así invita a hacerlo su mismo título, así como el párrafo seleccionado sabiamente por los editores de Alfabia para la contraportada. La tercera persona, recuerdo de mis clases de Lingüística General y Sintaxis latina, es la no-persona, aquella que no es ni el hablante ni el oyente y, por tanto, debe siempre ser identificada por el sujeto. En el estructuralismo las cosas se definen por sus relaciones con las demás y, las más de las veces, de manera privativa. El fonema /p/ es no sonoro, frente a la /b/, que sí lo es. Y es este único rasgo el que nos permite distinguir los significantes y, en consecuencia, significados de ‘pata’ y ‘bata’. 


¿Muy árido para agosto? Puede ser, pero así es como he leído la lírica, profunda y densa -por todas sus implicaciones- historia de amor y desamor entre Jacob y Claire. Para Claire, Jacob no es tanto Jacob como alguien que no es su marido, mientras que ésta es para aquel alguien distinto a su mujer. Nos definimos, se desprende de este conciso pero vasto relato, por nuestras relaciones con los demás y, por ello, las más de las veces no hay happy end que valga y uno acaba enfrentado a un destino cruel o Moira, como Jacob. ¡Ojalá nuestra felicidad dependiera tan sólo de nosotros mismos! ansiaba la desdichada y sufrida Elinor de Juicio y Sentimiento de Jane Austen. Pero una vez más me estoy dejando llevar por “mi circunstancia”, que diría Ortega, cuando, en realidad, este pequeño volumen se halla más próximo en tono y ecos -el Antiguo Testamento, la Shoah, Auschwitz...- a la tradición centroeuropea que a la campiña inglesa. Si algo tiene de anglosajón La tercera persona, es su prosa, precisa y certera, poco dada al artificio y un regalo para el lector.
En fin, es tarde y he divagado más de la cuenta, creo. No hagan demasiado caso de mis disquisiciones teóricas y lean, lean.

jueves, 9 de agosto de 2012

¡BUEN TRABAJO! (DAVID LODGE)


Una lee ¡Buen trabajo! de David Lodge con la intención de averiguar qué fue de Philip Swallow y Morris Zapp, aquellos desastrados académicos que protagonizaron las descacharrantes Intercambios y, sobre todo, El mundo es un pañuelo, y descubre que, pese a que el papel de aquellos es marginal y completamente accesorio, es una estupenda y divertidísima novela; y de sorprendente actualidad, además. Escrita en 1988 y ambientada en los años del Thatcherismo más brutal, se sirve de Vic, un tradicional y conservador ingeniero de mediana edad, y Robyn, una brillante y progresista académica de la Universidad, para plantear situaciones hilarantes derivadas de la sideral distancia existente entre ambos mundos. Pero ¡ey! es el Año de la Industria en Reino Unido y las autoridades han ideado el Programa Sombra, destinado a mejorar las relaciones entre unos y otros, de manera que una vez a la semana a lo largo de un año les tocará a nuestros protagonistas abandonar sus actividades cotidianas para descubrir respectivamente los entresijos del trabajo en una fundición o la verborrea de un seminario de Estudios de Género dedicado a Cumbres borrascosas.
Así que Vds. ya saben. Si quieren divertirse con un valor seguro, lean, lean.