domingo, 20 de marzo de 2011

INTERREGNO (XII)

Me está costando un mundo últimamente mantener actualizado este lugar. El trabajo, los compromisos de la vida rural –que haberlos, haylos-, y algún que otro problemilla de salud propio y ajeno me han dejado con poco tiempo para leer. El poco que he tenido lo he dedicado además a una lectura de encargo de la que tendrán noticia, según creo, en el Qué Leer del próximo mes de mayo, aunque desde ya les digo que Un matrimonio feliz de Rafael Yglesias bien vale el esfuerzo promocional que están haciendo desde Libros del Asteroide.

Entretanto, como no me gusta abandonar esta acogedora esquina más de lo debido, por aquí les dejo la conveniente razón de cosas bien dichas. Que Vds. las disfruten:

“Nuestro maestro, Augusto Desmoines, nos había enseñado que las clases tenían un componente teatral del 80 por ciento. Una clase magistral no debía basarse tanto en la transmisión de la información o conocimiento cuanto en el deslumbramiento del público. [...] Así que el esquema de sus intervenciones no respondía a paradigmas inductivos o deductivos, sino a paradigmas de tensión dramática: planteamiento, nudo y desenlace.”

Un momento de descanso,

Antonio Orejudo

“¿Y qué pasa con Homero? dice la misma experta, da miedo solo de mirarlo. ¿Cuántos chistes, cuántas pullas y guiños habrán sido convertidos en grandilocuentes y elevadas frases? Parece ser que el orden natural del mundo es el de ir perdiendo la vista y el oído para aquello que ya se fue. Pero eso no quiere decir que tengamos que resignarnos.”

Lecturas no obligatorias,

Wislawa Szymborska

Así que... ya saben. Apliquen la gran tríada aristotélica de planteamiento, nudo y desenlace a sus conversaciones cotidianas y, por favor, no se resignen y sigan a la búsqueda del humor.

miércoles, 9 de marzo de 2011

UN MOMENTO DE DESCANSO (ANTONIO OREJUDO)

“La universidad española, donde yo trabajé mucho tiempo antes de marcharme a Inglaterra, no solo es mediocre y corrupta, es también inverosímil. ¿Nunca se ha parado a pensar por qué apenas se han escrito novelas de campus en español? Yo se lo voy a decir: porque es imposible escribir una novela sobre la universidad española, que sea elegante y además verosímil. Lucky Jim, de Kingsley Amis, o Small World, de David Lodge, son tan buenas porque la universidad que toman de referencia, la anglosajona, conserva todavía unas formas impecables, aunque por dentro esté consumida por las mismas corruptelas que la de aquí. En la universidad española, por el contrario, la grosería aparece tal cual, sin los ropajes de la buena educación. Una novela realista, cualquier libro sobre la universidad española, aunque sea un libro de investigación como el suyo, está condenado a convertirse en una astracanada. Los que no conocen el mundillo académico pensarán además que es inverosímil.”

Un momento de descanso

Antonio Orejudo

La que desde aquí les escribe ha pasado los últimos siete años de su vida metida hasta el cuello en un departamento universitario –¿han detectado el tropo?-, y es además devota confesa de la novela de campus en general y de Small World de Lodge en particular. Con tales antecedentes no puede, así pues, sino aplaudir las palabras que abren esta entrada, que no sólo son de una lucidez apabullante, sino que desempeñan un papel transcendental en la última novela de Antonio Orejudo. Pues, por más que esta se niegue a sí misma como tal, lo cierto es que Un momento de descanso, además de un divertido e interesantísimo juego metaliterario y de autoficción, es una novela de campus; una que podría haber escrito Kurt Vonnegut o Jonatham Lethem, pero novela de campus al fin y al cabo. Y estas palabras, pronunciadas por una loca de pasmosa sensatez, le proporcionan al autor una coartada que lo exonere de la evidente falta de verosimilitud de unas cuantas partes de su historia, al tiempo que ilustran a la perfección el caballo de batalla de todos los profesores de teoría literaria que en el mundo son: una cosa es la realidad y otra bien distinta la verosimilitud y las más de las veces la realidad no es verosímil.

Esto es una novela de campus sobre la universidad española y resulta muchas veces inverosímil. Completen Vds. el silogismo, por favor, y, por supuesto, lean, lean.

domingo, 6 de marzo de 2011

A MERCED DE LA TEMPESTAD (ROBERTSON DAVIES)

Veía el pasado viernes El coleccionista de huesos de Philip Noyce y en el inevitable momento en el que los detectives ponen sobre la mesa viejos casos sin resolver para descubrir que el psycho killer de turno lleva más de lo que creíamos en acción y refinando sus homicidas rutinas, pensaba que ocurre con esos expedientes polvorientos y olvidados algo parecido a lo que sucede con algunas, las primeras, novelas de nuestros autores más apreciados. Llegamos a ellas tarde, cuando ya hemos visto las cotas de genio y talento que aquellos pueden alcanzar. Y aunque es cierto que, pese a su innegable calidad, nos puedan parecer muestras menores por aquello de las comparaciones, no lo es menos que sólo merced a la distancia y a la perspectiva que otorga esa lectura tardía o a posteriori, reconocemos en estas novelas a los hijos de paso más o menos vacilante de su padre.

Me ocurrió, por ejemplo, con el Goodbye Columbus de Philip Roth, que leí sólo después de que la trilogía de América y todo Zuckermann me dejaran pasmada, y me ha ocurrido con esta A merced de la tempestad de Robertson Davies, con la que Libros del Asteroide inaugura la trilogía de Salterton; ya saben Vds. que a Davies, como al trágico Esquilo, le gustaba escribir sus obras de tres en tres. Pues bien, con su tono intelectual, su más que inteligente sentido del humor, su brillante uso de la ironía dramática y de la ironía sin más, y su nutrido elenco de pintorescos personajes, se revela esta historia como fruto innegable de la pluma de Davies, por más que su trama de vodevil no tenga parangón con la intrincada, perfecta y rotunda trama de la trilogía de Deptford, que no posea ni de lejos la sofisticación de la de Cornish y que sus personajes, lejos de ser zarandeados sin compasión por el Destino o la Providencia, sean arropados con cariño por un autor, que, pese a la severidad de su gesto, debió reírse entre dientes todo el tiempo que duró la escritura de A merced de la tempestad.

En fin, que yo, en su lugar, leería.