jueves, 23 de septiembre de 2010

INTERREGNO (IX)

¿A que lo veían venir Vds.? Casi dos semanas sin venir a molestarles por aquí y termino apareciendo no con la reseña de rigor sino con uno de estos Interregnos cada vez, me temo, más habituales. El caso es que en el margen de unos pocos meses he pasado de vivir en familia, con lo que ello supone, a hacerlo de manera independiente y a unas siete horas largas de autobuses y transbordos; de dar seis horas de clase a la semana a un total de diecinueve; de tener conexión permanente a Internet a verme inmersa en un delirante proceso kafkiano con las teleoperadoras de Moviestar; y, en fin, de tener una hora abundante de autobús que dedicarle a este vicio nuestro de la lectura a... unos pocos minutos que mendigo a las tareas domésticas de vez en cuando. No me malinterpreten. Estoy más que encantada de mi nueva vida y mis alumnos adolescentes y compañeros de ahora no tienen nada que envidiarles a los de entonces. Pero tengo poco tiempo y muchas cosas por leer y, además, les echo a Vds. de menos.


No crean, sin embargo, que he estado de brazos cruzados en lo que a lectura se refiere. Hoy mismo he terminado, de hecho, la nouvelle epónima de El río de la vida de Norman Maclean, en otro tiempo adaptada mejor que bien a la gran pantalla por Robert Reford y editada con exquisito gusto por, cómo no, los amigos de Libros del Asteroide. Aún me toca dar cuenta de los otros dos relatos que completan el volumen pero hay en el intitulado El río de la vida, además de un cierto exceso de epifánicas vivencias, un manojo de perlas que no quería dejar de traerles por aquí. Que Vds. las disfruten. En cuanto a mí... tengan paciencia y, por favor, no me olviden.

“Una de las discretas emociones de la vida consiste en situarte a cierta distancia de ti mismo y verte convertido poco a poco en autor de algo hermoso, aunque se trate tan sólo de ceniza flotante.”

El río de la vida

Norman Maclean

“Estaba claro que era uno de eso días en que el mundo no te deja hacer lo que en realidad te gustaría, en mi caso pescar una gran trucha común y ayudar de alguna forma a mi hermano. En su lugar, sólo había un arbusto sin pez y estaba a punto de llover.”

(Ibid.)

“- A ti te gusta contar historias verídicas, ¿verdad?- dijo.

- Sí, me gusta contar historias que sean ciertas.

Entonces me preguntó:

- Algún día, cuando termines tus historias verídicas, ¿por qué no te inventas una, incluidos los personajes? Sólo entonces comprenderás lo que pasó y el porqué. Los que se nos escapan son siempre aquellos con quienes vivimos, a los que queremos y a quienes deberíamos conocer.”

(Ibid.)

sábado, 11 de septiembre de 2010

TOWARDS THE END OF MORNING (MICHAEL FRAYN)

“Events were devoured by events, thought Dyson, states of affairs were overtaken by states of affairs.”

Towards the end of morning

Michael Frayn

No crean que me he olvidado de Vds. Si he tardado en venir por aquí es sólo porque en estas últimas semanas me he dedicado a organizar mi nueva vida en un pequeño y demasiado tranquilo pueblecito del norte de Burgos adonde he ido a parar para tratar de latines y griegos entre los adolescentes. Y créanme que he estado a punto de aparecer por aquí para dejarles uno de esos “Interregnos” con los que, en cierta manera, alivio mi conciencia por no haber terminado todavía esta o aquella novela. Las más que certeras palabras de A. S. Byatt tachando de sexista al Orange, dedicado en exclusiva, como Vds. saben, a premiar la ficción escrita por mujeres, como si hubiera que crear una categoría femenina para que las escritoras obtengan un premio... tales palabras, digo, casi me hicieron escribir otra pieza de “Una de cosas bien dichas” pero, al final, siempre había un autobús que coger, amigos de los que despedirse, un piso que limpiar y cajas que acarrear.



El caso es que aquí estoy tras haber cerrado, por fin, las tapas de Towards the End of Morning (1967) de Michael Frayn, al que en España conocemos tan sólo por su pieza Copenhague, su elegante Juego de espías o la divertidísima La trampa maestra. Towards the End of Morning, o la novela de Fleet Street, como muchos de sus lectores se refieren a ella, es una comedia de enredo y absurdo muy inglesa, con el mismo espíritu de la Noticia Bomba de Evelyn Waugh, aunque probablemente no tan divertida. Su protagonista es John Dyson, que, enterrado en la sección de crucigramas, efemérides y “Hace 50 años...” de un periódico de medio pelo del que nunca se despide a nadie, sueña con alcanzar la fama y la excelencia en el medio televisivo, pues, como él mismo dice:

“I have a serious point, said Dyson, and that is that nowadays it’s not excellence wich leads to celebrity, but celebrity which leads to excellence. One makes one’s reputation and one’s reputation enables one to achieve the conditions in which one can do good work.”

(ibidem)

Como suele suceder en este tipo de historias, la oportunidad termina por presentarse pero, es inevitable, las cosas nunca son como uno las había imaginado y una pléyade de magníficos secundarios coadyuvarán con la mezquindad del propio Dyson en su anunciado fracaso, por más que él se empeñe en culpar a la Entropía o a “George God”. No deja de tener esta novela un punto agrio o amargo y, según creo, no alcanza las cotas de brillantez de la muy posterior La trampa maestra pero, en cualquier caso, Towards the end of morning es un excelente botón de muestra del talento para la comedia de un autor al que no se lee por estos lares tanto como se debería. Así que Vds. ya saben, lean, lean.