jueves, 30 de diciembre de 2010

TRES DÍAS EN CASA DE MI MADRE (FRANÇOIS WEYERGANS)

Le falta a la edición de Funambulista de Tres días en casa de mi madre una última revisión que la hubiera librado de unas cuantas erratas, expresiones agramaticales, algún que otro error de traducción (cassette podrá, sin duda, significar “cajita”, pero no cuando su contenido es una grabación musical, digo yo) y ciertas incoherencias como que Jenofonte sea unas veces Jenofonte y otras Xenophon. Esta última revisión bien podría haberla hecho, además, el encargado de redactar el texto de la contraportada, para el que
“esta novela... tiene como eje la hospitalización de la madre del narrador... y la posibilidad de que no sobreviva al accidente. Todos los hijos acuden al hospital, entre ellos el protagonista y alter ego del autor, que se instala tres días en casa de su madre y decide echar la vista atrás. Se pone entonces a imaginar y a contar su vida (real e imaginada) en una digresión infinita, sabrosísima e inolvidable.”

Tal es el resumen que se nos ofrece, cuando, en realidad, el supuesto eje de la novela no llega hasta sus últimas cinco páginas, convirtiendo de paso el texto de la contraportada en un spoiler. Ciertamente sería excusable este último –no tiene esta novela la estructura clásica de planteamiento-nudo-desenlace; de hecho, casi no tiene estructura- si no fuera engañoso y, por tanto, innecesario. Así pues, una relectura no le habría venido nada mal a nadie en Funambulista.

En opinión de quien desde aquí les habla, Tres días en casa de mi madre es, en realidad, como también lo era Franz y François, un conjunto, a un tiempo brillante y cargante, de reflexiones metaliterarias que, aunque divertidas e inteligentes, parecen surgidas de la improvisación y la verborrea característica de cierta tradición representada por esas inteligentes comedias francesas y de Woody Allen cuyos inteligentes protagonistas hablan, hablan y hablan, mientras, rodeados de libros, escuchan a Bach y paladean un buen vino.

martes, 28 de diciembre de 2010

EL CEMENTERIO DE PRAGA (UMBERTO ECO)

A mediados del siglo xix un lingüista suizo llamado Ferdinand de Saussure postuló, a partir de ciertas irregularidades de las raíces verbales griegas, la existencia en indoeuropeo de tres fonemas que no se conservaban en ninguna de las lenguas históricas derivadas de la lengua madre reconstruida. Estos fonemas, que él denominó coeficientes sonánticos y hoy denominamos laringales, cobraron carta de naturaleza setenta años después cuando Hrozny descifró el hitita, en el que aún se conservaban ciertos restos consonánticos de los mismos. La hipótesis de la existencia de las laringales puede seguir considerándose, aún hoy, una de las jugadas magistrales del estructuralismo, ese marco teórico que entiende la lengua como un conjunto de elementos finitos y de reglas para combinarlos y que tiende a considerar toda irregularidad presente como resultado de una regularidad anterior.

No se preocupen Vds. No tengo intención alguna de torturarles, como a mis antiguos alumnos, con los entresijos de la teoría laringal. Tampoco es este el lugar para denunciar ciertos excesos cometidos por esta corriente. Si hoy he comenzado por la genialidad de Saussure, es porque ilustra a la perfección la tan humana tendencia de proyectar orden y concierto allí donde, en principio, no lo hay; o no tiene por qué haberlo; y porque, como les decía el otro día, de ella se aprovecha el capitán Simonini, antihéroe de la nueva y muy publicitada novela de Eco. Es este Simonini un maestro falsario que se vende al mejor postor para pergeñar aquello que se le demande, ya se trate de documentos en contra o a favor de los garibaldinos, de panfletos que solivianten los ánimos en los tiempos de la Comuna francesa o, sobre todo, de propaganda antimasónica y antisemita. Si nuestro antihéroe tiene éxito es porque ha sabido ver en la suma de muchas conjuras y conspiraciones particulares –he aquí el desorden- un esquema universal –y aquí el orden-. Basta, pues, con rellenar los huecos con la información adecuada y pertinente en cada caso –fill in the gaps, que dirían los ingleses- para obtener el producto deseado.

Y el gran proyecto vital de este Simonini, único personaje ficticio de la novela de Eco, no son sino Los protocolos de Sión, a un tiempo inspirados por, e inspiradores de, la violenta corriente de antisemitismo que azotó el mundo a fines del siglo xix y que terminó desembocando en el holocausto judío en la primera mitad del xx. No entraré tampoco aquí en la absurda y ficticia polémica suscitada por quienes han querido detectar cierta ambigüedad en el antisemitismo del volumen y achacarle a Eco las opiniones de su odioso personaje. Lo único que diré es que no hay tal. Simonini es antisemita y misógino hasta decir basta. De las opiniones de Eco no tenemos información alguna, ni necesidad de tenerla, dicho sea de paso. Lo único que nos debería importar es que El cementerio de Praga es una novela bien trabada y documentada, quizá un punto abigarrada, que, como toda la obra de Eco, engancha y entretiene, sí, pero también termina por hacerse un tanto cargante.

P.S. Soy consciente de que en los últimos meses hemos visto sacudidos nuestros en otro tiempo firmes cimientos ortográficos pero alguien en Lumen debería tomar nota de que 1. la tilde diacrítica de “sólo” ha desaparecido; 2. nunca apareció cuando “solo” equivalía a “en soledad”. Es hora ya de que sus ediciones empiecen a corresponder en lo formal al precio por el que se venden.

domingo, 19 de diciembre de 2010

INTERREGNO (X)

Recién terminada La habitación de Emma Donoghue, sobre la que podrán leer, creo, en el Qué Leer del aún lejano febrero y, a mitad de camino de Los cementerios de Praga de Umberto Eco, vengo por aquí a decirles que sigo sin olvidarme de Vds. y a dejarles, además de un más que afectuoso saludo, un par de reflexiones:

1. para empezar, que la última novela del semiótico de la Universidad de Bolonia o, al menos, el modus operandi de su antihéroe Simonini, reposa en una concepción estructuralista de la Historia; la misma que hace unos días formuló inconscientemente mi más brillante alumno a propósito de los orígenes legendarios de Roma. Todo lo cual me lleva a confirmar una vez más la muy humana necesidad de proyectar orden y estructura sobre el caos y que, frente a lo que nos quieran hacer creer, hay esperanza -¡y mucha!- para nuestros alumnos de Secundaria.

2. para acabar, que C. S. Lewis empieza a hacerse acreedor en este lugar de una sección similar a las ya existentes para los buenos de Kurt Vonnegut y Michael Chabon. Lean, si no, las palabras del maestro oxoniense citadas por Rocío García en su artículo “Para leer y ser feliz” del Babelia de ayer, dedicado, cómo no, ¡es Navidad!, a la literatura infantil y juvenil:

“No hay libro que merezca la pena leer a los diez años que no sea digno de leerse a los cincuenta.”

Ante tamaña verdad, una no puede sino retirarse y aplaudir.


miércoles, 1 de diciembre de 2010

EL VERANO DEL PEQUEÑO SAN JOHN (JOHN CROWLEY)

Aunque ello le valiera la etiqueta de “autor facilón”, tenía más razón que un santo el bueno de Vonnegut cuando decía aquello de que “el lector está haciendo algo bastante difícil para él” y de que “la razón de ser de tu párrafo es que sus ojos [los del lector] no se cansen demasiado [...] para que, sin conocerlo, puedas llegar al lector facilitándole el trabajo”. Como muy bien saben Vds., en mi poética particular me inclino antes por la austeridad estilística que por el barroquismo. Me gusta la prosa que no llama la atención sobre sí misma. Hago, no obstante, alguna que otra excepción y hace ya unos cuantos años que canto por aquí las excelencias de ese autor atípico y tan poco de nuestro tiempo que es John Crowley. No son pocos los adjetivos que se le pueden aplicar a su prosa: preciosista, críptica, condensada, poética... pero nunca fácil. De hecho, leer a Crowley puede resultar agotador, aunque la experiencia merece la pena. Casi siempre. Lo había hecho hasta ahora –merecer la pena, digo- pero he pasado parte de estas dos últimas semanas peleándome con El verano del pequeño San John -¿por qué no San Juan, por cierto?- y no he obtenido recompensa alguna. El problema no es tanto el lirismo y el manierismo –esta va por ti, abuelo- reconcentrado del conjunto, que también, sino que se priva al lector de todo marco referencial y no hay por dónde atacar esta historia de fantasía y ciencia ficción ambientada en un mundo postapocalíptico –creo- que combina motivos extraídos del folklore nativo americano con otros de tipo hagiográfico. Algo parecido sucede en pasajes relativamente extensos de Aegypto y de Pequeño, Grande, es cierto, pero había en estas una segunda o tercera línea argumental que servía de contrapunto y dotaba al conjunto de perspectiva, proporcionándole de paso al lector un asidero. En esta ocasión, sin embargo, Crowley parece haberse olvidado de que, cuando uno plantea una historia, ha de establecer, de manera tácita, por supuesto, unas cláusulas por las que se rige el tan traído y llevado pacto de ficción. Y como el lector no recibe ningún tipo de orientación –la única, un tanto vaga, no llega hasta la página 40-, no sabe qué hacer con esa farragosa sucesión de éxtasis místicos que experimenta Junco que Habla, de los del habla con Verdad, en su camino a la Santidad, sea ello lo que fuere. Así que... mejor pasamos a otra cosa.

sábado, 20 de noviembre de 2010

EL SILENCIO DE LOS GONDOLEROS (WILLIAM GOLDMAN)

Se habla con frecuencia de la función etiológica del mito, de su papel como explicación poco o nada racional de una realidad dada. Y un mito etiológico es lo que construyó William Goldman en su regreso a la ficción literaria como S. Morgenstern, padre de La princesa prometida. Lleva esta rentrée el título de Los gondoleros silenciosos y en ella relata Morgenstern-Goldman el porqué del actual silencio de los que durante mucho tiempo fueron los más talentosos cantantes del mundo, capaces incluso de humillar a todo un Enrico Caruso. El porqué se halla en la historia de Luigi, gondolero de sonrisa bonachona bajo la que se esconde una melancólica verdad de la que sólo diré aquí que atañe a los sueños frustrados.

Precede a este relato una nota en la que el propio Morgenstern desmiente su muerte pero lo cierto es que poco hay en él que permita identificar a su autor con el de ese trepidante homenaje a la novela romántica de aventuras que fue La princesa prometida. Donde aquella era desenfadada, alegre, divertida, sarcástica y un punto cínica, esta resulta, en mi opinión, demasiado lírica, por más que las rupturas de la ilusión poética del propio Morgenstern traten de aligerar el tono. Sí, puede que Morgenstern siga vivo, pero no ha mostrado mucha viveza en esta fábula demasiado evidente y consciente de sí misma, por lo que, por aquí, seguiremos esperando el verdadero regreso del más talentoso autor de Florín, el mismo que identificó la alegría de vivir con el amor y, por supuesto, con una caja de caramelos para la tos:

"[...] sino que lo digo porque de verdad creo que el amor es lo mejor del mundo, después de los caramelos para la tos. Pero también debo decir, por enésima vez, que la vida no es justa. Sólo es más justa que la muerte. Es todo."

William Goldman

La princesa prometida

miércoles, 17 de noviembre de 2010

SUKKWAN ISLAND (DAVID VANN)

Le leí en una ocasión a la muy cabal Zadie Smith que hay historias que conmueven porque ratifican nuestra visión del mundo y nos llevan a la hoy tan injustamente devaluada identificación con lo leído; y otras, en cambio, que lo hacen porque sacuden nuestros cimientos y convicciones hasta el punto de hacernos removernos en el asiento y sentirnos particularmente incómodos. Sukkwan Island de David Vann, que he leído estos días animada por el entusiasmo de la crítica en general y de nuestro buen amigo Krmpotic’ en particular, pertenece, no hay duda, al segundo grupo. Para empezar, porque desorienta. Y no es que no se atisbe el desastre desde las primeras páginas. El experimento de Jim de irse a vivir con su hijo adolescente Roy a una inhóspita y deshabitada isla de Alaska no tiene cabida para happy end alguno; menos aún cuando se muestra, desde un principio, falto de toda preparación y, sobre todo, determinación. Jim tiene la iniciativa y los sueños de otros célebres megalómanos, como el Morel de Las raíces del cielo de Gary o el Allie Fox de La costa de los mosquitos, pero sin un ápice de su voluntad. Así que no, no nos sorprende comprobar que Jim no es precisamente el hombre Marlboro. Lo que sorprende es la forma y el momento en que se produce el desastre. El resto es el incómodo y desasosegante relato de un viaje a la locura y a la Nada absoluta, que a mí ha terminado por resultarme un tanto repetitivo, aunque reconozco su eficacia narrativa.

Dijo en una ocasión Henry James que si eres capaz de explicar cómo y por qué te ha impresionado algo, puede que no te haya impresionado tanto. Y, sí, es cierto que muchas de nuestras historias preferidas lo son de una manera visceral, irracional. Lo mismo me ha ocurrido a mí con Sukkwan Island a la inversa. Soy consciente de que objetivamente es una novela original, diferente, poderosa, desasosegante y violenta como la narrativa de Cormac MacCarthy o, por qué no, de Flannery O’Connor, pero no sé muy bien por qué no me ha acabado de “llegar”. Quizá sea, como me proponía el bueno de Milo esta tarde, por su marcado carácter masculino. Saben Vds. que creo en la universalidad de la obra de arte y que reniego de etiquetas como literatura masculina y femenina pero es cierto que no he entendido a Jim y que los soñadores ingenuos y desastrosos que en la Historia de la Literatura han sido suelen ser varones. Las mujeres, creo, somos, en cierto modo, más prosaicas y, sobre todo, prácticas y no creo que a ninguna se le hubiera ocurrido llevar a un adolescente a una isla como Sukkwan Island. O quizá, si no sé explicar por qué no me ha entusiasmado demasiado esta historia, sea porque me ha “llegado” más de lo que, en un principio, creía. ¿Quién sabe?

viernes, 12 de noviembre de 2010

EL RECTOR DE JUSTIN (LOUIS AUCHINCLOSS)

“Pronto, demasiado pronto, la realidad echará abajo los muros y desbordará los cauces del colegio con sus furiosas aguas, pero hay un tiempo provisional que nos pertenece, y ese tiempo provisional, ¿acaso no es tan real como la misma realidad?”

El rector de Justin

Louis Auchincloss

En Literatura, como en aquella canción, todo depende. Que ¿de qué depende? De según como se mire, o lo que es lo mismo, del punto de vista. No estoy hablando aquí de la diferente recepción que una misma obra pueda tener en uno u otro lector; ya saben, aquello del de gustibus non disputandum. Me refiero, más bien, a la perspectiva adoptada por el autor y al punto de vista seleccionado para su narración.

Es precisamente desde este prisma como cobra especial interés El rector de Justin de Louis Auchincloss, una novela interesante, de innegable talento, sobria y severa, pero con visos de convertirse, durante buena parte de su desarrollo, en el relato hagiográfico y un tanto huero de la vida del santo y megalómano Francis Prescott, fundador de St. Justin Martyr. Es este el internado masculino de Nueva Inglaterra, poblado por los retoños imberbes con chaqueta de franela de lo más selecto del establishment de no pocas décadas de historia de los EE.UU, al que ha venido a parar como inexperto profesor el joven Brian Aspinwall, narrador de buena parte de la vida del “santo” Prescott. Y si señalo la importancia del punto de vista, es porque en la segunda mitad de la novela surgen otras voces como la del místico y exaltado Charley Strong y, sobre todo, la del suicida Jules Griscam, que contribuyen a sombrear el carácter de Prescott y a hacerlo, en consecuencia, mucho más interesante.

No son, pues, casuales las referencias a Henry James del primer tercio de la obra, ni el paratexto de la contraportada de Libros del Asteroide, que hace de Louis Auchincloss el heredero literario del Maestro. Y no son casuales porque el juego de perspectivas fue siempre muy del gusto del Señor James, autor, entre otras joyas, de Los papeles de Aspern y fautor de uno de los narradores menos fiables que en la Historia de la Literatura han sido, la sufrida institutriz de Otra vuelta de tuerca.

Así que, si les apetece embarcarse en un interesante juego de perspectivas y tienen, como yo, debilidad por todas esas ficciones ambientadas en los fríos claustros neogóticos del saber en los que tanto aprendieron y tan mal lo pasaron los tiernos muchachos de la primera mitad del pasado siglo, ya saben, lean, lean.


martes, 9 de noviembre de 2010

MIRE AL PAJARITO (KURT VONNEGUT)

No es ningún secreto para Vds. que en los últimos tiempos Kurt Vonnegut ha ganado por aquí muchos enteros en esa virtual y un tanto artificiosa jerarquía nuestra de referentes literarios. Hasta le he creado sección propia en este pequeño rincón bajo el creo que muy significativo título de Mejor que lo diga Vonnegut. Así que, mientras dedico mis escasos momentos de ocio a la talentosa, seria y más que correcta pero un tanto falta de propósito El rector de Justin de Louis Auchincloss, es para mí un placer dejarles por aquí la reseña que de Mire al pajarito (Sexto Piso, 2010) firmo en el Qué Leer del corriente mes de noviembre junto con la urgente recomendación de que, por favor, lean, lean a Vonnegut.

Publicado en Qué Leer, número 159 (noviembre de 2010)

domingo, 31 de octubre de 2010

BROOKLYN (COLM TÓIBÍN)

Es ésta una novela amable y hasta blanda en buena parte de su recorrido. Pese a que Eilis Lacey, su en principio inocente y cándida protagonista, es víctima primero de la ruindad y estrechez de miras de sus paisanos irlandeses y después, culminado el accidentado salto al otro lado del charco, del desarraigo en la urbe voraz de Nueva York, el relato de sus experiencias puede muy bien calificarse de plácido. Una abre sus páginas y lee con agilidad y sin demasiados sobresaltos casi hasta el final esta sencilla, bonita y triste historia de iniciación de una muchacha un tanto pánfila. Casi hasta el final, insisto. Pues justo entonces se produce un giro inesperado que hace de Eilis Lacey un personaje mucho más interesante, que va más allá del estereotipo de buena chica irlandesa. Sólo en razón de este giro puede volver una a los casi tres centenares de páginas previamente leídos para replantearse con fundamento si la aparente sencillez y placidez del conjunto no será sólo eso, mera apariencia, y si esta Brooklyn de Colm Tóibín no será algo más que una Bildungsroman, otra más, notablemente escrita.


domingo, 24 de octubre de 2010

NÉMESIS (PHILIP ROTH)

“A misplaced sense of responsibility can be a debilitating thing.”

Némesis, Philip Roth

Dice J. M. Coetzee en su crítica de Nemesis que no es posible profundizar en ésta, la última novela de Philip Roth, sin desvelar la ingeniosa vuelta de tuerca que experimenta cerca de su final. A continuación, sin paños calientes, revela impunemente su secreto y les roba a los lectores cualquier posibilidad de sorpresa o, cuando menos, de anticipación. Y se equivoca, no sólo porque condiciona la lectura e invita a una suerte de deconstrucción de la historia de Eugente “Bucky” Cantor, sino porque peca de soberbia, de hybris, que dirían los griegos, arrogándose un papel que no le corresponde y considerando el suyo el único modo posible de criticar Nemesis. Comprenderán Vds. que les ahorre el enlace y la tentación de leer donde no deben; al menos, hasta haber dado cuenta de la novela. Avisados quedan. Yo, por mi parte, intentaré hacer “lo imposible”, a saber, una crítica de Nemesis exenta de spoilers.

Nemesis es una novela sobre el exceso de responsabilidad y la culpa; no los de un pueblo –nunca ha sido Roth muy dado a erigirse en portavoz del pueblo judío- sino los de un individuo, el mencionado Bucky Cantor, que compensa con una exagerada atención y devoción a sus chavales del campo de deportes de la Escuela de la Avenida Chancellor la vergüenza de no hallarse en el frente europeo en el muy caluroso verano de 1944. Su severa miopía lo ha incapacitado para lanzarse en paracaídas sobre las playas de Normandía pero no para velar por el bienestar de los niños que tanto lo admiran. Por cierto que no le faltan al buen Bucky motivos de preocupación, pues otra guerra se libra en Newark, tan cruda o más que las de Europa y el Pacífico: la guerra contra la polio que se ceba con virulencia sobre los inocentes niños de Weequahic (Newark).

A estas alturas de la partida, me objetarán Vds., no resulta ninguna novedad que Philip Roth haya publicado una novela protagonizada por un joven de su Newark natal. Otra más, dirán algunos. Saben Vds. que, en mi opinión, el condescendiente y ya habitual “otra más” de la crítica significa muchísimo y muy bueno cuando se refiere a la obra de un maestro como Roth. Además, una gran distancia separa a Bucky Cantor de cualquiera de sus personajes previos. No hay rastro en él de humor, doblez, ironía o sarcasmo; tan sólo “determinación, dedicación y disciplina”. Bucky Cantor es un héroe trágico a la vieja usanza, sin grietas ni fisuras, del estilo de Aquiles y Héctor o, aun mejor, de Edipo. Y, como Edipo averiguó demasiado tarde, no les es dado a los héroes escapar de su destino, sea éste un plan urdido por el Dios vengativo del “ojo por ojo, diente por diente” o mero resultado del frío y caótico Azar de los ateos que en el mundo somos. No es de extrañar, pues, que en esta ocasión haya elegido Roth la tercera persona para su narración. La tragedia de un héroe no puede contarse en primera persona[1], sino que precisa de la perspectiva que aquí aporta un Arnie Mesnikoff que recuerda muy mucho al maduro Nathan Zuckerman de Pastoral Americana, Me casé con un comunista y La mancha humana y que nos permite conocer el último acto de la tragedia del Sr. Cantor cuando casi habíamos perdido la esperanza.

La magnífica Nemesis es, en efecto, pariente de la gloriosa trilogía americana de los ’90 y, por más que carezca de la rotundidad y aliento épico de aquella, merece ser revelada al lector página a página, sin importunas intromisiones, por más que éstas vengan firmadas por todo un Nobel como Coetzee.



[1] Menos aún en una primera persona tan ambigua y confusa como la del autor de Los hechos y Operación Shylock.


domingo, 17 de octubre de 2010

MEJOR QUE LO DIGA K. VONNEGUT (II)

Metida de lleno en esa nueva lección que, bajo el título de Némesis, ha escrito el maestro Roth y más que molesta por conocer ya el final de la misma por obra y gracia de la crítica que de ella ha hecho Coetzee, aprovecho la fría y lluviosa tarde dominical para dejarles por aquí otra de esas perlas de sabiduría concentrada que Kurt Vonnegut nos dejó como legado:

“Estoy convencido de que nadie consigue un carajo en las artes si se vuelve amablemente razonable, viendo todas las facetas de un problema y perdonando todos los pecados.”

Mire al pajarito

Kurt Vonnegut

Como diría el Buddy Glass del siempre presente JD Salinger, “¿es que no se equivocaba nunca?”

domingo, 10 de octubre de 2010

EL ANTÓLOGO (NICHOLSON BAKER)

De entre las muchas bondades que les podría decir de Qué Leer no es la menos importante el hecho de que, por lo general, trabajan con plazos de tiempo relativamente amplios. Una prepara en noviembre la crítica que aparecerá en febrero, en febrero la de abril y en agosto, por ejemplo, la de octubre, de manera que, cual la industriosa hormiga de la fábula, puede ir guardándose textos en la cartera que alimenten este lugar en momentos en que una no lee ni escribe todo lo que quisiera. Como botón de muestra, aquí les dejo la reseña de una sorprendente y estupenda lectura estival, El antólogo de Nicholson Baker, publicada –la reseña, digo- en el Qué Leer del corriente mes de octubre.

Publicado en Qué Leer 158 (octubre de 2010)

Lo dicho, lean, lean y no se la pierdan.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Y POR FIN… EL RÍO DE LA VIDA (NORMAN MACLEAN)

“Todo aquel que trabaja experimenta momentos de belleza invisibles para el resto del mundo”

El río de la vida y otros relatos

Norman MacLean

Definitivamente, me estoy perdiendo la rentrée otoñal; una de las más prometedoras y tupidas que se recuerdan, para más inri. Me queda el consuelo, eso sí, de que frente a lo caduco de las hojas de esta época del año, las novedades de los Vonnegut, Auchincloss y Baley, entre otros, vienen para quedarse y esperar a que los estresados que en el mundo estamos tengamos a bien iniciar su lectura.

Esta mañana, eso sí, he dado un buen paso adelante al terminar de una vez El río de la vida de Norman MacLean, mientras un trío de apuradas adolescentes afrontaban con diferente suerte su primer examen de latín del curso. Poco más voy a añadir aquí a lo dicho en mi último post; tan sólo que los dos relatos que completan el volumen, Leñadores, proxenetas y «Tu camarada, Jim» y Servicio forestal de Estados Unidos son quizá mejores que su nouvelle epónima. Son más secos y duros, es cierto, pero precisamente por ello escapan al exceso epifánico y de lirismo que se insinúa a cada revuelta del río y resultan, en consecuencia, más naturales. Sea como fuere, lo cierto es que esta tríada de historias firmadas por Norman Maclean merecen la pena y son más que dignos epígonos de una tradición iniciada tiempo ha por el faro de Sherwood Anderson. Para muestra, otro botón:

“No tenía aún la menor idea de que, a veces, la vida se vuelve Literatura, no por mucho tiempo, desde luego, pero sí lo suficiente para ser lo que mejor recordamos y con la suficiente frecuencia como para que lo que al final entendemos por vida sean esos momentos en que, en vez de ir de lado, hacia atrás, hacia delante o a ninguna parte, la vida forma una línea recta, tensa e inimitable, con una complicación, un clímax y –si hay suerte- una purgación, como si la vida fuera algo que se inventa, no que acontece.

(ibidem)

Que Vds. las disfruten.

jueves, 23 de septiembre de 2010

INTERREGNO (IX)

¿A que lo veían venir Vds.? Casi dos semanas sin venir a molestarles por aquí y termino apareciendo no con la reseña de rigor sino con uno de estos Interregnos cada vez, me temo, más habituales. El caso es que en el margen de unos pocos meses he pasado de vivir en familia, con lo que ello supone, a hacerlo de manera independiente y a unas siete horas largas de autobuses y transbordos; de dar seis horas de clase a la semana a un total de diecinueve; de tener conexión permanente a Internet a verme inmersa en un delirante proceso kafkiano con las teleoperadoras de Moviestar; y, en fin, de tener una hora abundante de autobús que dedicarle a este vicio nuestro de la lectura a... unos pocos minutos que mendigo a las tareas domésticas de vez en cuando. No me malinterpreten. Estoy más que encantada de mi nueva vida y mis alumnos adolescentes y compañeros de ahora no tienen nada que envidiarles a los de entonces. Pero tengo poco tiempo y muchas cosas por leer y, además, les echo a Vds. de menos.


No crean, sin embargo, que he estado de brazos cruzados en lo que a lectura se refiere. Hoy mismo he terminado, de hecho, la nouvelle epónima de El río de la vida de Norman Maclean, en otro tiempo adaptada mejor que bien a la gran pantalla por Robert Reford y editada con exquisito gusto por, cómo no, los amigos de Libros del Asteroide. Aún me toca dar cuenta de los otros dos relatos que completan el volumen pero hay en el intitulado El río de la vida, además de un cierto exceso de epifánicas vivencias, un manojo de perlas que no quería dejar de traerles por aquí. Que Vds. las disfruten. En cuanto a mí... tengan paciencia y, por favor, no me olviden.

“Una de las discretas emociones de la vida consiste en situarte a cierta distancia de ti mismo y verte convertido poco a poco en autor de algo hermoso, aunque se trate tan sólo de ceniza flotante.”

El río de la vida

Norman Maclean

“Estaba claro que era uno de eso días en que el mundo no te deja hacer lo que en realidad te gustaría, en mi caso pescar una gran trucha común y ayudar de alguna forma a mi hermano. En su lugar, sólo había un arbusto sin pez y estaba a punto de llover.”

(Ibid.)

“- A ti te gusta contar historias verídicas, ¿verdad?- dijo.

- Sí, me gusta contar historias que sean ciertas.

Entonces me preguntó:

- Algún día, cuando termines tus historias verídicas, ¿por qué no te inventas una, incluidos los personajes? Sólo entonces comprenderás lo que pasó y el porqué. Los que se nos escapan son siempre aquellos con quienes vivimos, a los que queremos y a quienes deberíamos conocer.”

(Ibid.)

sábado, 11 de septiembre de 2010

TOWARDS THE END OF MORNING (MICHAEL FRAYN)

“Events were devoured by events, thought Dyson, states of affairs were overtaken by states of affairs.”

Towards the end of morning

Michael Frayn

No crean que me he olvidado de Vds. Si he tardado en venir por aquí es sólo porque en estas últimas semanas me he dedicado a organizar mi nueva vida en un pequeño y demasiado tranquilo pueblecito del norte de Burgos adonde he ido a parar para tratar de latines y griegos entre los adolescentes. Y créanme que he estado a punto de aparecer por aquí para dejarles uno de esos “Interregnos” con los que, en cierta manera, alivio mi conciencia por no haber terminado todavía esta o aquella novela. Las más que certeras palabras de A. S. Byatt tachando de sexista al Orange, dedicado en exclusiva, como Vds. saben, a premiar la ficción escrita por mujeres, como si hubiera que crear una categoría femenina para que las escritoras obtengan un premio... tales palabras, digo, casi me hicieron escribir otra pieza de “Una de cosas bien dichas” pero, al final, siempre había un autobús que coger, amigos de los que despedirse, un piso que limpiar y cajas que acarrear.



El caso es que aquí estoy tras haber cerrado, por fin, las tapas de Towards the End of Morning (1967) de Michael Frayn, al que en España conocemos tan sólo por su pieza Copenhague, su elegante Juego de espías o la divertidísima La trampa maestra. Towards the End of Morning, o la novela de Fleet Street, como muchos de sus lectores se refieren a ella, es una comedia de enredo y absurdo muy inglesa, con el mismo espíritu de la Noticia Bomba de Evelyn Waugh, aunque probablemente no tan divertida. Su protagonista es John Dyson, que, enterrado en la sección de crucigramas, efemérides y “Hace 50 años...” de un periódico de medio pelo del que nunca se despide a nadie, sueña con alcanzar la fama y la excelencia en el medio televisivo, pues, como él mismo dice:

“I have a serious point, said Dyson, and that is that nowadays it’s not excellence wich leads to celebrity, but celebrity which leads to excellence. One makes one’s reputation and one’s reputation enables one to achieve the conditions in which one can do good work.”

(ibidem)

Como suele suceder en este tipo de historias, la oportunidad termina por presentarse pero, es inevitable, las cosas nunca son como uno las había imaginado y una pléyade de magníficos secundarios coadyuvarán con la mezquindad del propio Dyson en su anunciado fracaso, por más que él se empeñe en culpar a la Entropía o a “George God”. No deja de tener esta novela un punto agrio o amargo y, según creo, no alcanza las cotas de brillantez de la muy posterior La trampa maestra pero, en cualquier caso, Towards the end of morning es un excelente botón de muestra del talento para la comedia de un autor al que no se lee por estos lares tanto como se debería. Así que Vds. ya saben, lean, lean.

lunes, 23 de agosto de 2010

HOMER Y LANGLEY (E. L. DOCTOROW)

No descubro nada nuevo cuando digo que E. L. Doctorow es uno de los más talentosos y osados autores de novela histórica de nuestros días. Lean El libro de Daniel, La gran marcha o esta Homer y Langley, por ejemplo, si quieren comprobar su genio por sí mismos. En cuanto a su osadía, frente a la práctica de la gran mayoría de autores de novela histórica, que se centran en las idas y venidas de personajes ficticios a los que arrojan a la vorágine de acontecimientos realmente acaecidos, Doctorow, como Gore Vidal, toma al toro por los cuernos y se lanza con sus propias armas al lugar adonde previamente habían ido tan sólo los libros de historia. Si en El libro de Daniel reconstruía la vida de Julius y Ethel Rosenberg, en esta Homer y Langley Doctorow se da a la recreación de la vida de los dos hermanos con Síndrome de Diógenes -o no- hallados muertos en su mansión de la Quinta Avenida entre pilas de periódicos, máquinas de escribir, chatarra de diverso signo e incluso ¡un coche!

En estos últimos meses y con ocasión de la aparición de esta novela, se ha publicado en la prensa algún que otro reportaje sobre estos dos singulares personajes, pero la obra de Doctorow va mucho más allá de la mera crónica. Como él mismo afirma en el texto sabiamente seleccionado para la contraportada de esta edición de Miscelánea, “como mitos que son, los hermanos Collyer requerían no que se investigara sobre ellos sino que se les interpretara”. Y en su exégesis huye del tópico y de la mera anécdota y nos regala a dos seres de carne y hueso, a un tiempo frágiles y resistentes, con sus talentos y sus obsesiones, sus ambiciones y sus miedos. No recompone a dos personajes históricos sino que crea a dos hombres tan reales como aquellos o aun más. Así que si yo fuera Vds., leería. Y tanto que sí.


miércoles, 18 de agosto de 2010

OTRA DE COSAS BIEN DICHAS

He pasado esta última semana leyendo por encargo The anthologist de Nicholson Baker. Y encantada de ello, por cierto, por motivos que averiguarán en el Qué Leer del, por desgracia, cada vez más próximo mes de octubre. Entretanto, aprovecho para saludarles y dejarles por aquí una sabrosa y abundante ración de cosas bien dichas. Que Vds. las disfruten:

“Poe said that there was a raven tapping at his chamber door. Was there? We don’t care. Why don’t we care? I don’t know. I don’t have an answer for you today on that important question.”

The anthologist

Nicholson Baker

“At some point you have to set aside snobbery and what you think is culture and recognize that any random episode of Friends is probably better, more uplifting for the human spirit, than ninety-nine per cent of of the poetry or drama or fiction or history ever published. Think of that. Of course yes Tolstoy and of course yes Keats and blah blah and yes indeed of course yes. But we’re living in an age that has a tremendous richness of invention. And some of the most inventive people get no recognition at all. They get tons of money but no recognition as artists. Which is probably much healthier for them and better for their art.”

(ibidem)

“Dryden is one of those poets who wrote many thousand of lines of poetry and left very little of himself behind. His biographers have a hard time figuring out what he was up to in any given year. He lived through revolution, restoration, plague and fire, and all we have is his published writing and a few letter to go on. But it’s enough.”

(ibidem)

“She [Elizabeth Bishop] wrote May Swenson: ‘I think one of the worst things I know about modern education is this Creative Writing business’.”

(ibidem)

“In fact the letter may be better than any poem she wrote, though she wrote some good ones. But we wouldn’t be interested in reading the letters unless she’d written the poems. So once again, it’s terribly confusing. You need the art in order to love the life.”

(ibidem)


miércoles, 11 de agosto de 2010

AMÉRICA, AMÉRICA (ETHAN CANIN)

“Me tomaba mis tareas muy en serio, porque había sido educado no sólo en el credo del trabajo duro, sino con la conciencia casi religiosa de que únicamente la disciplina y la diligencia obtienen recompensa.”

América, América

Ethan Canin

Son muchas las novelas de formación o Bildungsromans que en la Historia de la Literatura son y han sido. Algunas de ellas, como La montaña mágica de Thomas Mann, Pájaros de América de Mary McCarthy o Matar a un ruiseñor de Harper Lee, las menciono por aquí muy a menudo, pues, como Vds. saben bien, me gusta especialmente este subgénero. Todavía el otro día señalaba que como tal, como novela de formación, puede leerse “la parte de Archimboldi” de 2666 de Bolaño. Da la impresión de que los literatos de las barras y estrellas a los que tanto admiro se han especializado además en un tipo más preciso aún de Bildungsroman, el que describe el ascenso del self made man, del hombre hecho a sí mismo a base de tesón y disciplina, muy en la línea del sueño americano.

En este último grupo encaja la segunda novela de formación escrita por Ethan Canin, América, América. La primera fue la más que notable De reyes y planetas, publicada también por Salamandra hace ya unos cuantos años. Como entonces, Canin vuelve a explorar los peligros de la seducción que sobre un joven inocente ejerce el poder, el dinero, la cultura... un camino que ya exploró tiempo atrás Evelyn Waugh con el Charles Ryder de su Retorno a Brideshead, otra de las cimas del subgénero que hoy nos ocupa. Pero donde Ryder no acaba de resultarnos del todo fiable y se nos antoja, ¿cómo decirlo?, un tanto resbaladizo, quizá merced a la gloriosa interpretación que de él hizo Jeremy Irons en los ’80, Corey Sifter no tiene doblez, es un chaval noble y sano que, sabemos desde un principio, terminará por salir indemne de las corruptelas de índole político y sexual en las que se ve envuelto en la finca de los Metarey durante la era Nixon. Sabrá más, es cierto, pero este conocimiento no le dolerá demasiado. Y ello resulta en parte, creo, de su origen. Y hablo aquí de geografía, no de extracción social. Charles Ryder era inglés, europeo. Corey Sifter es americano y tiene a su favor la inocencia de un país que aún no ha oído hablar de Woodward, Bernstein y el Watergate.

América, América es, ciertamente, una novela americana por todos sus costados; desde su mismo y perfecto título hasta su demasiado exhaustivo final, pasando, por supuesto, por la épica de su nudo. Y es además una novela ágil y poderosa que, como ya habrán adivinado, voy a recomendarles. Así que lean, lean.

viernes, 30 de julio de 2010

2666 (ROBERTO BOLAÑO)

“Amalfitano supo entonces que nunca nadie había visto en persona a Archimboldi. La historia le pareció, sin que pudiera decir a ciencia cierta por qué, divertida, y les preguntó los motivos por los que querían encontrarlo si estaba claro que Archimboldi no quería que nadie lo viera. Porque nosotros estudiamos su obra, dijeron los críticos. Porque se está muriendo y no es justo que el mejor escritor alemán del siglo XX se muera sin poder hablar con quienes mejor han leído sus novelas. Porque queremos convencerlo de que vuelva a Europa, dijeron.”

2666, Roberto Bolaño


No son pocas las consideraciones de índole metaliteraria que despierta la lectura de 2666. De hecho, ella misma las formula de modo explícito. Para empezar, se insiste en la naturaleza aparente y mutable de la literatura; del canon, al menos. Y es cierto que desde un punto de vista diacrónico, a saber, contemplándolo con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, es innegable el olvido de obras y autores que, en nuestra soberbia, creímos en su momento llegadas para quedarse. No lo es menos, sin embargo, que desde un punto de vista sincrónico, en un momento dado del eje temporal, pongamos el nuestro, la literatura con mayúsculas, la Literatura, sólo tiene sentido como Verdad. Como tal, como Literatura y como Verdad, se percibe, sin duda, la monumental 2666 de Roberto Bolaño. Así se percibe, así se lee a sí misma y así nos la han presentado. Pues al margen de sus innegables virtudes, las que descubrimos al leerla, no hay duda de que 2666 es un proyecto consciente de obra maestra, con lo que ello supone; por lo pronto, cierta autoindulgencia para con su exceso:

“Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.”

(ibidem)

Y no hay duda tampoco de que es mucho el ruido que ha rodeado a esta obra, sobre todo, a raíz de su descubrimiento por parte de la crítica estadounidense. De manera que cuando nos enfrentamos a ella -porque uno se enfrenta a 2666, no sólo la lee- no podemos evitar sentirnos culpables si no reaccionamos como ante las obras maestras de los Cervantes, Melville, Proust, etc. con los que Rodrigo Fresán alinea a su autor en la contraportada de la edición de Anagrama.

Llegamos así a otra interesante consideración metaliteraria explicitada en el texto: la de que las obras maestras son constructos herméticos, ocultos -para bien- por el bosque de árboles y arbustos que simbolizan la literatura llamada “menor”. Alude quizá Bolaño al proverbial genio torturado e incomprendido; quizá a que lo mejor sólo se detecta por contraste con lo peor; quizá a que lo excelso está destinado tan sólo a unos pocos. No lo sé, nunca he sido muy dada a la simbología; a la consciente, al menos. El caso es que 2666 trae bien pegada la etiqueta de “OBRA MAESTRA” y no hay quien se la quite por más que frotemos con alcohol.

Pero estoy dando una impresión equivocada, creo, cuando lo cierto es que he disfrutado muchísimo de algunas partes de este faraónico proyecto; sobre todo, de “la parte de los críticos” y de “la parte de Archimboldi”. Es la primera un inteligente, divertido y hondo vodevil académico y la segunda una historia de moldes tirando a clásicos de una trayectoria vital que cruza el siglo XX hasta llegar a la desesperanzada nada del XXI. ¿Que qué hay por el medio? Pues cientos de páginas de esa lucha titánica a la que se refería Amalfitano; la que deja a su paso sangre, heridas mortales y fetidez. Y no me refiero tanto aquí a la violencia desatada, impune y atroz de “la parte de los crímenes”, como al exceso de este nudo central, en el que la narración se detiene casi por completo. El “casi” se salva mediante el relato de la peripecia de Lalo Cura, Harry Magaña, Florita Almada y unos pocos más, que libran al lector de sucumbir a la tentación de abandonar esta parte para pasar a la, sin duda, más “agradecida” parte final sobre Archimboldi. Y ese mismo “casi” nos libra también de la segura culpabilidad que experimentaríamos en caso de pasar las páginas de los brutales crímenes de Santa Teresa más rápido de lo debido. Ya que no justicia, esos cientos de mujeres merecen, al menos, nuestro estremecimiento y desasosiego. Desde un punto de vista estrictamente formal, sin embargo, la sangre salpica demasiado. Y sí, sé que también la Ilíada, con su catálogo de naves, Moby Dick, con sus interminables descripciones de las técnicas de los balleneros del Pequod, o La montaña mágica, con sus densas y pedantes discusiones filosóficas, pueden resultar excesivas pero no tanto. Cuando una cierra cualquiera de estos tres volúmenes, es otra cosa lo que perdura, mientras que todo en 2666 nos devuelve al brutal exceso del desierto de Sonora.

Así que Vds. verán lo que hacen.