viernes, 27 de noviembre de 2009

AL PIE DE LA ESCALERA (LORRIE MOORE)

“Los granjeros no son gente de dinero-. La verdad es que mi padre ni siquiera tenía tantas tierras. En una ocasión, de pie en el porche, abrió los brazos y dijo: “Hijos, algún día todo esto será vuestro.” Recuerdo que se dio con los nudillos en los pilares del porche. Ni siquiera el porche era tan grande. -Los granjeros se hacen ricos cuando mueren- añadí.”
Al pie de la escalera

Lorrie Moore

Hace años que vengo leyendo por aquí y por allá referencias al genio de Lorrie Moore, que, hasta ahora, siempre me habían parecido un tanto exageradas. Me gustaron El hospital de ranas y algunos relatos de sus Pájaros de América, como su “Gente así es la única que hay por aquí: farfullar canónico en oncología pediátrica”, pero sin aspavientos. No me parecía que hubiera para tanto.

Pues bien, me estoy planteando muy seriamente releer ambos títulos y hacerme además con su Autoayuda, Como la vida misma y Anagramas para empaparme de arriba a abajo del talento de esta, me he convencido, genial autora que en su momento no supe apreciar en su justa medida.

El detonante de tal cambio de opinión no es otro que su recién publicada novela Al pie de la escalera, cuya traducción –magnífico trabajo, por cierto, a cargo de Francisco Domínguez Montero- acaba de publicar Seix Barral. En ella se encarga Moore de poner en tela de juicio y lanzar unas cuantas cargas de profundidad a la biempensante y bienintencionada clase media americana políticamente correcta pero de ética más que dudosa. Sí, ya lo sé, Sam Mendes hace ya tiempo que sacó a la luz los trapos sucios de las zonas residenciales estadounidenses. Anne Tyler ya trató en su Propios y extraños de la adopción interracial, aunque, eso sí, con menor crudeza. Pero el mérito de esta novela no radica tanto en su originalidad, que también, pues la voz de su protagonista Tassie es auténtica y singular, como en el inteligentísimo humor y la finísima ironía con la que Lorrie Moore envuelve e intenta proteger a la citada Tassie, y a nosotros con ella, de los terribles golpes de la vida y de la muerte. Un dolor violento y quasi –esta va por ti, Tassie- insoportable se adueña, de hecho, de los últimos capítulos de la novela, que parecen avanzar al solemne y elegíaco ritmo de un órgano de iglesia y que ponen en la garganta de cualquier lector con un mínimo de sensibilidad un nudo que tarda días en deshacerse.

Y por si la inteligencia, el humor, la sutil ironía y la emoción que suscita esta inolvidable novela no fueran méritos suficientes para colocar a su autora en lo más alto, ahí está su prosa, precisa, brillante, ágil, redonda y adornada siempre en el punto justo con imágenes elegantes y divertidas como las que abren y cierran esta entrada.

Con ellas les dejo. No me queda más que decir aparte de que lean, por favor. Lean, lloren y rían con Al pie de la escalera de Lorrie Moore.

“Hay algo que conecta la tierra con el cielo, y ese algo es el caramelo –dijo-. Le añades unos copos de sal de Normandía recogida a mano y... voilá!

Así que esto es lo que los norteamericanos estaban haciendo en Normandía ahora que había sido liberada de los nazis: recoger sal marina, lágrimas de soldados transportadas en barco miles y miles de kilómetros, y rociadas sobre una hoja frita. ¡Mira al Día D a la cara y dile eso!"

Ibidem



martes, 17 de noviembre de 2009

LO MEJOR DE LA VIDA (RONA JAFFE)

"No me gustaría ir dando tumbos por la vida, desde luego, pero soy lo bastante joven para buscar durante un tiempo algo que sepa hacer bien."
Lo mejor de la vida

Rona Jaffe

Las Musas nos libren de los escritores bienintencionados. En el gratuito y más que nada dañino epílogo de Lo mejor de la vida (Lumen, 2009), que Rona Jaffe escribió poco antes de su muerte en 2005, describe la propia Jaffe la génesis de la que fue su única novela y dice:

"Pensé que si era capaz de ayudar aunque fuera a una sola muchacha que, encerrada en su minúsculo apartamento, sintiera que estaba completamente sola y que era una chica mala, entonces el libro habría valido la pena. No tenía ni idea de que llegaría a tocar la fibra sensible de tantos millones de mujeres."

Saben bien que suelo defender la identificación con lo leído como uno de los mayores placeres que puede ofrecer la Literatura, que, como dijo Saul Bellow, es un maravilloso antídoto contra la vulgaridad que nos rodea. O como dijo C. S. Lewis -o, al menos, el Anthony Hopkins de Tierras de Penumbra-, "leemos para saber que no estamos solos". Me parece estupendo que un lector busque consuelo en un libro; todos lo hacemos de un modo u otro, aunque no debiéramos tampoco rechazar las lecturas que desafían nuestra visión del mundo ni, por supuesto, nuestros principios y valores -sean estos cuales sean-.

No creo, sin embargo, que un escritor deba tener el consuelo del lector entre sus objetivos cuando de contar una historia se trata. ¿Por qué? Porque el resultado no será sincero ni fresco, sonará quizá a impostado y forzado y más que probablemente rezumará moralina de principio a fin. La propia Rona Jaffe habla de la moraleja de su novela en el mentado epílogo, aunque me estoy adelantando, creo. El caso es que cuando de literatura se trata, elijo siempre al escritor caprichoso, maligno, obsesivo... del que habla Philip Roth en Engaño -le tomo prestada la cita, Sr. Krmpotic'-:

"Como si fuese pureza lo que hay en el fondo de la naturaleza de un escritor. ¡Que el cielo proteja a semejante escritor! Como si Joyce no hubiera husmeado inmundamente en las bragas de Nora, como si Svidrigailov nunca susurrara en el alma de Dostoievski. El capricho es lo que hay en el fondo de la naturaleza de un escritor, exploraciones, fijaciones, aislamiento, malignidad, fetichismo, austeridad, frivolidad, perplejidad, infantilismo, etcétera. La nariz en la costura de la prenda interior... ésa es la naturaleza de la vida del escritor. Impureza."

¿A qué viene todo esto? Pues a cuento de la lectura de Lo mejor de la vida de Rona Jaffe, que esta semana creí compartir con nuestra particular Reina de las Nieves, aunque recientemente me ha confesado llegar tarde por obra y gracia de Frank Bascombe, por lo que no puedo sino perdonarla y envidiarla, claro está. En cualquier caso, aquí te espero, Angéline.

Lo mejor de la vida es la historia de un grupo de cándidas e inocentes veinteañeras que trabajan de mecanógrafas, lectoras y editoras en una gran editorial -por el volumen; que no por la calidad de sus publicaciones- en el ajetreado Nueva York de los '50 de oficinistas industriosos y de pocos escrúpulos que tan bien retrató Billy Wilder en la genial El apartamento. Y estas cándidas e inocentes veinteañeras no hacen sino estrellarse una y otra vez en su afán de hallar un príncipe azul en esos ejecutivos, más que previsibles lobos con piel de cordero, que en el mejor de los casos buscan a una matrona que críe a su prole y les lleve las zapatillas al llegar a casa. Y no es de extrañar tal aspiración, pues la misma parecen tener todas y cada una de las protagonistas de la historia, hasta las que en apariencia son más independientes, como Caroline Bender. En principio, no tengo excesivos problemas con ello. Como acabo de decir, no deberíamos desdeñar una novela porque contradiga o simplemente no refrende nuestra visión del mundo. Pero lo cierto es que Caroline, April, Barbara y Gregg son convencionales hasta decir basta, incluso demasiado para los '50. Son estereotipos, o mejor dicho, un solo estereotipo, de modo que Lo mejor de la vida resulta un tanto típica y tópica y bastante previsible, además de un tanto reiterativa y edulcorada.

Y es una pena, porque a tenor de la ironía que derrocha el párrafo final de la novela, ironía dramática e ironía a secas, Lo mejor de la vida podría haber sido mucho mejor. De hecho, con materiales semejantes escribió nuestra muy admirada Mary McCarthy El grupo, una novela infinitamente superior, con más nervio, mejor estilo, menos almíbar, personajes más reales y, sobre todo, muchísima más mala leche.

domingo, 8 de noviembre de 2009

RETRATOS DE WILL (ANN BEATTIE)

Que Ann Beattie es una gran escritora, dueña de una prosa fluida, a la vez natural y sofisticada, de diálogo ágil y espontáneo, inteligente y mordaz, pero no agresiva, más dada a sugerir que a aseverar, lo sabíamos ya por aquí gracias a sus desencantadas pero entrañables Postales de Invierno. Merced a estos Retratos de Will sabemos ahora además de su acutísima perspicacia en el "revelado" de los más íntimos deseos, desvelos y pensamientos de sus personajes, ya se trate de un simpático crío de cinco años -el Will del título-, de su talentosa madre Jody, su encantador novio Mel, su egoísta y desastroso padre Wayne, o la generosa y convencional nueva mujer de este, Corky. Seguramente no tienen estos personajes el carisma de los Charles, Laura o Sam de aquellas Postales, ni hay tanto lugar aquí para la sonrisa y la empatía -algo más en la primera mitad de la novela que en la segunda-, pero Retratos de Will bien merece ser leída para apreciar, además de todas las virtudes ya mentadas, la capacidad de su autora para crear arte a partir de ceremonias domésticas como un baño infantil entre burbujas, Gi-Joes y Bugs-Bunnies de goma o de los terrores nocturnos que a todos nos han acosado merced a la universal tendencia infantil a la literalidad. Para muestra, como siempre, un botón:

"Es un error dejar a un niño solo a oscuras bajo el peso de la manta y el peso todavía mayor de tus palabras tranquilizadoras cuando él sabe perfectamente que el monstruo sigue en la habitación. Mientras las persianas permanezcan abiertas -y así deben permanecer para que la luz de la luna pueda colarse dentro-, la rama del árbol quedará transformada para siempre en la sombra de un murciélago cuyas alas empezarán a moverse al viento en cuanto la puerta se cierre. En caso de que el niño sea tan insensato como para cerrar los ojos, el albornoz que cubre la silla -bien extendido para que la capucha no proyecte en la pared la silueta de una inmensa punta de flecha- se convertirá en una momia resuelta a sorberle el aliento, a arrebatárselo. [...] Para los niños no existe el símil, sino la metáfora, y por la noche ven, sin soñarlo, lo que vemos nosotros. Cuán interesante resulta advertir siempre el potencial: la cosa transformada antes incluso de que podamos aprehenderla."

Retratos de Will

Ann Beattie

miércoles, 4 de noviembre de 2009

CUATRO HERMANAS (JETTA CARLETON)

"Reflexionó acerca de la futilidad de la vida: sembrar y cosechar estación tras estación, en un ritmo constante en el que la abundancia y la escasez se sucedían, y todo a un nivel elemental, mientras que lejos, en alguna parte, sucedían cosas sin que uno pudiera enterarse de ellas. Peor aún: era imposible saber qué había sucedido ya. Corrían rumores de mundos antiguos y nuevos planetas, de viajes y guerras; pero allí en el campo, pasando la grada hecha de leños del seto, no había manera de enterarse de aquellos rumores."

Cuatro hermanas

Jetta Carleton

De historias rurales y familiares formadas a partir de la superposición de pequeñas piezas o retales de recuerdo, como si de una colcha se tratara, están llenas la Historia del Cine y de la Literatura. Si el tiempo real de la narración se sitúa en verano los ejemplos no menguan lo más mínimo; hasta crecen. Y lo mismo cabe decir del hecho de que las protagonistas de tales historias sean mujeres con relativa frecuencia. El esquema es casi siempre el mismo: joven adulto regresa por motivos diversos al hogar donde tan felices vacaciones estivales pasó en su infancia y le regala al lector una más o menos edulcorada, más o menos naïf, más o menos cribada y aderezada por la acción de la nostalgia, colección de estampas familiares de entonces que contrasta con la inevitablemente peor realidad del ahora. Nada tiene de nuevo, pues, la estructura de Cuatro hermanas de Jetta Carleton (Libros del Asteroide, 2009).

Sin embargo, la historia de los Soames, el abnegado maestro de escuela Matthew, su mujer Callie y sus cuatro hijas, conmueve. Me muevo aquí en terreno resbaladizo. Ya cité en su día a propósito de En lugar seguro de Wallace Stegner aquellas palabras del maestro James que decían algo así como que si tienes que tomar notas sobre cómo o por qué te ha impresionado algo, lo más seguro es que no te haya impresionado tanto. Cierto es. Me atreveré, no obstante, a lanzar una hipótesis sobre los méritos que hacen que esta novela te agarre para no soltarte y que su editor original, Robert Gottlieb de Knopf diga de ella:

"De los cientos de novelas que ha editado, Cuatro hermanas es realmente la única que he releído en varias ocasiones desde su publicación y, cada vez que la leo, me emociono tanto como la primera vez",

tal como reza en su contraportada.

Allí donde tantas otras historias de este pelaje pintan una acuarela en tonos pastel y caen en el sentimentalismo, más o menos digno y muy eficaz pero sentimentalismo al fin y al cabo, Jetta Carleton se resiste al empuje de ese potentísimo motor narrativo que es la nostalgia y al tiempo que nos encandila con episodios marcados por el amor, la amistad, la piedad, la generosidad y el altruismo, nos sacude con otros en que la vida -y la muerte- revelan su lado más fiero, cruel, estúpido, injusto e ingrato. Ignorancia, contumacia, egoísmo e intolerancia tienen también su lugar, y no pequeño, por cierto, en esta historia sobre cuatro hermanas, sus padres y algún que otro familiar y amigo, cuyos contrastes y claroscuros los hacen de carne y hueso y que por las maravillosas, extraordinarias sorpresas que nos deparan hasta el final, son más que merecedores de la veneración debida a los mejores "cuerpos de papel", que dice el poeta.

Así que, por supuesto, lean.