martes, 27 de octubre de 2009

LAS VIDAS PRIVADAS DE PIPPA LEE: POR QUÉ REBECCA MILLER DEBERÍA CAMBIAR DE EDITOR

De Miller a Miller y tiro porque me toca. Empecé la pasada semana leyendo y decepcionándome un tanto con Presencia de Arthur Miller. Como buena parte de su prosa, la que le he leído al menos, se halla esta colección de relatos muy lejos de las sublimes cotas alcanzadas por La muerte de un viajante o Las brujas de Salem, lo que por otra parte no es de extrañar; pero también de otros dramas como Todos eran mis hijos o Incidente en Vichy. Ni color, vaya.

Y he seguido con Las vidas privadas de Pippa Lee de su hija Rebecca, uno de esos libros pedidos a Círculo de Lectores después de hojear la revista una y otra vez y de no encontrar nada más llamativo. Quizá crean Vds. por el título y el tono provisional de esta entrada que vengo aquí hoy a criticar la endogamia y el nepotismo de la farándula literaria y a acusar a Rebecca Miller de "hija de papá". Pues no.

Lo cierto es que me ha sorprendido para bien esa Pippa Lee casada con un hombre que podría ser su padre y retirada en lo mejor de la vida a uno de esos ghetos de lujo a los que los jubilados americanos de la clase media alta van a pasar los últimos años de su vida participando en clubes de lectura, yendo a clases de cerámica y jugando a minigolf con camisas floreadas y pantalones de chándal; de esa Pippa Lee aparentemente feliz y satisfecha pero en cuya vida las piezas no acaban de encajar. Por lo pronto, ha empezado a levantarse de noche a preparar opíparas cenas o desayunos, a fumar y a conducir hasta el supermercado... mientras duerme.

Por desgracia, el más que prometedor comienzo da paso a un relato un tanto tópico de desmanes y excesos de juventud -ya saben, sexo, drogas y rock & roll- de una Pippa marcada de por vida por la insana dependencia de y para con su madre y por la culpa. O las culpas, debería decir. Y es una pena. No me entiendan mal. La historia es fluida, se deja leer bien y rápido y hasta remonta parcialmente el vuelo cuando se recupera el tiempo de la narración y nos devuelven a Villa Arruga. Pero para entonces una ya tiene la sensación de estar ante una novela vulgar, del montón y está también bastante harta de cierto vicio estilístico que debería haber sido corregido, si no por ella en la revisión -"se escribe el primer borrador con el corazón; se relee con la cabeza" escuché en una ocasión-, sí por su editor: el exceso de símiles. Saben bien que en esto de las letras abogo por una escritura eficaz, sencilla y directa, que no llame la atención sobre sí misma. Prefiero echar de menos antes que de más. En otras palabras, lo bueno, breve. Así que me chirrían y hasta repelen por innecesarios y burdos los símiles o metáforas, del tipo A como B, para más señas, de los que está plagada la novela, según los cuales la gente se esfuerza como el viento para derribar un árbol, las cosas se asimilan como las tortitas absorben la mantequilla, los amantes se devoran como un oso una cesta de picnic -¿quién no se acuerda de Yogui y de Bubu en Yellowstone?- las cosas brillan como el acero inoxidable y las ideas y sentimientos se dispersan como un rebaño de ovejas asustado por la aparición de un coche. Cito de memoria pero no creo dejarme ninguno.

Lo dicho. ¡Qué pena!

viernes, 23 de octubre de 2009

INTERREGNO (V)

"Según Darcourt, el racionalismo era una forma atractiva de ocultar intelectualmente bajo la alfombra muchas cosas significativas e inquietantes; sin embargo, las connotaciones del rito no desaparecían sólo porque algunas personas muy inteligentes no las apreciaban."

La lira de Orfeo

Robertson Davies

Acabo estos días un trabajo sobre una peculiar noticia del Medievo acerca de un industrioso y piadoso león que se hizo cargo en una sola noche del enterramiento de varias decenas de miles de mártires cristianos a los que Cosroe pasó a hierro y fuego en 614 durante la destrucción de Jerusalén. Al tiempo que cuestiono ciertas interpretaciones racionalistas del episodio y defiendo que este comparece en los relatos sobre Tierra Santa en tanto que milagro[1], aprovecho para reivindicar la importancia de la denotación. Y es que a veces, las palabras significan lo que aparentan y no hay más, por más que sus significados choquen con nuestras modernas exigencias. La función de la crítica, como en su día dijo Susan Sontag en Contra la interpretación, debería consistir en mostrar "cómo [el arte] es lo que es, incluso que es lo que es, y no en mostrar qué significa." O como les decía C. S. Lewis a sus colegas de Oxford cuando, sorprendidos de que un erudito como él "desperdiciara" su tiempo en cuentos fantásticos para niños, se empeñaban en ver en la Narnia de sus Crónicas una parábola de algo más profundo... es más simple que todo eso. Es magia, simplemente magia. Pueden contemplar a su derecha la magnífica recreación de esta escena en Shadowlands de Richard Attenborough.

Y todo esto viene a que echando un vistazo a la portada del TLS me he encontrado con una reseña de un trabajo de Michael Ward titulado Planet Narnia en el que precisamente se leen los libros del buen Lewis en clave simbólica planetaria. No niego la mayor o no me atrevo a hacerlo, al menos, sin haber leído tal ensayo. Lo que me chirrían son las palabras de Tom Wright, autor de la reseña de Planet Narnia para TLS cuando dice que merced a tal interpretación las historias de Narnia y su autor merecen ser tomados mucho más en serio en términos literarios, culturales y filosóficos. Dejemos la filosofía y hasta la cultura a un lado y quedémonos con lo literario.

Pues bien, me niego a aceptar que Lewis, el mismo Lewis que afirma entusiasmado aquello de It's just magic! Magic! y que reconoció en De este y otros mundos que el germen de Narnia fue la imagen de un fauno cargado de paquetes corriendo a la luz de un farol, vaya a ser un autor más serio o mejor porque Narnia pueda interpretarse en clave simbólica. No, señor. Decía el otro día a propósito de Robertson Davies que si fue -o es- grande en el oficio o "negocio" de escribir es porque contaba historias como el mejor. Historias profundas, historias hermosas, historias violentas pero, ante todo, historias que enganchan; que "entretienen", por citar a otro tipo listo, de nombre Michael y apellido Chabon, para más señas.

"I read for entertainment and I write to entertain"

dice en Maps and Legends.

El entretenimiento no tiene nada de malo, menos aún si con Chabon lo consideramos como "todo placer que surge del encuentro de una mente atenta con una página de literatura". Y sea Aslan o no una recreación del Mesías y pueda leerse o no el León, la bruja y el armario en clave planetaria, lo cierto es que es una buena historia aunque al final resulte ser tan sólo un cuento de hadas.

Pues eso, que a veces las palabras significan lo que aparentan y no hay más. Y no por ello las historias que conforman son menos serias ni menos "literarias".



[1] Aviso a navegantes y muy especialmente a ocasionales lectores de cierta asociación católica con la que ya he tenido algún encontronazo y que insisten en malinterpretar mis palabras y en ignorar mis mensajes. No defiendo la historicidad de la anécdota ni creo que un león enterrara a miles de mártires en una noche. Lo que defiendo es la posibilidad de que los autores que se hicieron eco de tal leyenda creyeran en tal milagro. Avisados quedan.


martes, 13 de octubre de 2009

LA LIRA DE ORFEO (ROBERTSON DAVIES)

"La seguridad no es lo primero. La Bondad, la Verdad y la Belleza están por delante. Seguidme."

La plenitud de la Srta. Brodie

Muriel Spark

Fin de fiesta, se acabó lo que se daba. La trilogía de Cornish de Robertson Davies ha llegado a su fin y lo ha hecho del mejor modo de los posibles, con una magnífica, una colosal novela, de la que se pueden decir muchas y muy buenas cosas; para empezar, que sabe a Davies desde la primera a la última página. No en vano La lira de Orfeo nos trae de vuelta a María Theotoky y a Arthur Cornish, convertidos en mecenas de un magno proyecto: la reconstrucción y recreación del Arturo o el cornudo magnánimo -ópera de E. T. A. Hoffmann- que ha de llevar a cabo como trabajo de tesis doctoral la brillante y huraña Hulda Schnakenburg. Y al padre Simon Darcourt, factótum de la cuadrilla, encargado de la redacción del libreto, y a Mamusia y a Jerko, y, en cierta manera, también al difunto Francis Cornish, le beau ténébreux. A todos ellos y a nuevos personajes que, como la genial Hulda, bien merecen su momento de gloria, por fugaz que este sea.

Pero cuando digo que La lira de Orfeo sabe a Davies de principio a fin no me refiero tan sólo al regreso de viejos conocidos del universo de Cornish -¡y hasta de Deptford!- sino también a muy característicos tópicos del autor que se reconocen en su estructura interna -perdónenme la jerga estructuralista, por favor-. Vuelve el narrador de otro mundo, en este caso un Etah -acrónimo de E. T. A. Hoffmann- sito en el limbo de los creadores que no han logrado finalizar sus grandes obras y que ejerce de espectador global que todo lo ve pero poco comprende. Vuelve la erudición como un elemento fundamental de la trama. Y vuelve, sobre todo y ante todo, el lema programático de la obra. Si Ángeles rebeldes se construía en torno al aforismo de Paracelso alterius non sit qui suus esse potest -"que no sea del otro quien pueda ser dueño de sí"- y Lo que arraiga en el hueso tomaba el título del dicho osse radicatum raro de carne recedit -"lo que arraiga en el hueso no se desprende de la carne"-, en La lira de Orfeo la magna empresa de la reconstrucción y puesta en escena de Arturo o el cornudo magnánimo se plantea como el snark de Lewis Carroll, donde la escurridiza criatura simboliza no tanto la ópera como la superación del ideal de seguridad del filisteo gato Murr -también creación de Hoffmann- y la búsqueda de la Verdad y la Belleza. Así contado suena pedante e insoportable, lo sé. Nada más lejos de la realidad.

Quizá La lira de Orfeo no sea ni tan divertida ni sofisticada como Ángeles rebeldes, ni tan honda y redonda como Lo que arraiga en el hueso, pero si las dos entregas anteriores de la trilogía funcionaban como novelas perfectamente autónomas, o al menos podían hacerlo, esta Lira de Orfeo se convierte en un delicado y delicioso engrudo con el que ligar todos los brillantes pigmentos empleados previamente en la paleta. Y no, la metáfora no es gratuita. El resultado es un colosal tríptico, que, como el de Las bodas de Caná, no sólo deparará múltiples sorpresas a algunos de los personajes principales de la trama -pocas a los lectores de Lo que arraiga en el hueso; cosas de la ironía dramática-, sino que se erige en todo un testamento artístico. Y para llevar a cabo la actualización de su poética -en el sentido aristotélico- no podía Robertson Davies elegir otro estilo que el clásico. En tiempos de retórica vanguardista y epifánico desconcierto, no siempre justificado, por cierto, ese maestro del oficio de aspecto bonachón nos devuelve a los orígenes del "negocio" literario y ejerce de lo que deberían ejercer todos los narradores que se precien, de contador de historias. ¡Y qué historias!

Así que, por supuesto, lean.

martes, 6 de octubre de 2009

LA CIENCIA ESPAÑOLA NO NECESITA TIJERAS

Desde la aldea irreductible se nos viene animando a todos estas últimas semanas a adherirnos a la iniciativa "La ciencia española no necesita tijeras". Como no me parece de recibo que el partido en el Gobierno haya decidido recortar la inversión en I+D -Investigación y Desarrollo, para más señas- después de haber repetido hasta la saciedad hasta hace no demasiado tiempo que la de I+D es precisamente la fórmula para salir de la tan traída y llevada crisis, aquí estoy con mi pequeño grano de arena.

Sin embargo, no quisiera mostrar mis cartas -que, como verán, son en realidad de otros- sin antes precisar ciertas cosas. Entiendo Ciencia en sentido relajado -sensu lato, que dirían los latinos- como "conocimiento, saber y erudición" y no como "conjunto de conocimientos relativos a las ciencias exactas, fisicoquímicas y naturales" y en oposición a Letras. Digo esto porque la prensa se ha llenado estos días de declaraciones de científicos de bata blanca que desde sus laboratorios clamaban -con toda la razón del mundo, desde luego- contra el inminente recorte y el consiguiente desastre pero nadie parece haberse acordado de que no sólo en los laboratorios se cultiva la ciencia, sino que también hay investigadores en bibliotecas, archivos y museos. Y los que nos dedicamos a los saberes humanísticos hace ya mucho que trabajamos olvidados por las Instituciones públicas. Para nosotros, I+D suele ser igual a N+O por el mero hecho de dedicarnos a la investigación básica, encima de Letras.

Dicho lo cual, dejo aquí unas cuantas perlas de gente con muchísmo más talento que yo que tuvo la suerte de poder dedicar su tiempo a dejar constancia del mismo y de verlo reconocido:

"Mira, no hay éxito sin esfuerzo"

Electra, Sófocles

"Hacía años que me interesaba ese proyecto. Encarnaba una grandiosidad y un heroísmo pasados de moda, no servía para fines militares ni comerciales inmediatos y estaba movido por un sencillo y noble impulso: saber y entender más."

Amor perdurable, Ian McEwan

"Y cuando, por mucha reverencia con que lo hagamos, hemos matado una palabra, también hemos hasta donde nos ha sido posible, emborronado en nuestro intelecto eso que la palabra designaba en su origen. Los hombres no continúan pensando por mucho tiempo en aquello que ya no saben cómo decir."

De este y otros mundos, C. S. Lewis

"No hay modo alguno de mantenerse informado que no exija un esfuerzo, tanto si nos referimos a lo que sucede en el mundo, como a la física, a la liga nacional de béisbol o a cualquier otro asunto. La comprensión de las cosas no es gratuita."

Sobre democracia y educación, Noam Chomsky

"La seguridad no es lo primero. La Bondad, la Verdad y la Belleza están por delante. Seguidme."

La plenitud de la Srta. Brodie, Muriel Spark

"Rabelais era maravillosamente culto porque el saber le divertía y ésa es, a mi juicio, la mejor justificación del estudio. No la única, pero sí la mejor."

Ángeles rebeldes, Robertson Davies

"Y los que, como yo, se sienten oscuramente motivados por la convicción de que la existencia no vale la pena si no la convertimos en un viraje decisivo, estamos destinados a las letras, la filosofía, la poesía, la pintura, los juegos infantiles de la humanidad que tuvieron que abandonarse en los comienzos de la era científica. A medida que se vaya acercando el final, se recurrirá a las humanidades para elegir el papel pintado de la cripta."

Mueren más por desamor, Saul Bellow

"El progreso debería basarse en los principios, mientras que nuestro moderno progreso se basa sobre todo en los precedentes."

Lo que está mal en el mundo, G. K. Chesterton

"Es absolutamente necesario que los hombres lleguen a preservar algo más que lo que les sirve para hacer suelas de zapatos, o máquinas de coser, que dejen un margen, una reserva, donde puedan refugiarse de vez en cuando. Sólo entonces se podrá empezar a hablar de una civilización. Una civilización únicamente utilitaria llegará siempre hasta el final, es decir, hasta los campos de trabajos forzados. Debemos dejar un margen."

Las raíces del cielo, Romain Gary

"A la pregunta del valor práctico que tiene el saber que los neutrinos poseen masa, el doctor Dieter von Reichstag del Instituto Mains de Heidelberg reconoció que, aparte de no tener la más mínima idea, lo que realmente lo asombraba era que en un planeta de menor importancia (la tierra) que gira alrededor de un astro de tamaño medio, una especie se hubiera desarrollado tanto como para plantear esa pregunta."

Acción de Gracias, Richard Ford

"Se dice que Oxford es la morada de las causas perdidas; si el amor al saber por el saber mismo es una causa perdida en el resto del mundo, encarguémonos de que, al menos, encuentre aquí su lugar permanente."

Los secretos de Oxford, Dorothy L. Sayers

Todo lo cual viene a decir, en el fondo, aquello de:

Omnia disce, videbis postea nihil esse superfluum

["Apréndelo todo; verás después que nada es inútil"]

Hugo de San Víctor

Pues eso, que a buen entendedor...

sábado, 3 de octubre de 2009

LA HIJA DEL OPTIMISTA (EUDORA WELTY)

"Ahora, el pasado ya no puede ayudarme ni hacerme daño, no más que mi padre en su ataúd. El pasado es como él, insensible, y jamás podrá despertar. Es el recuerdo lo que actúa como un sonámbulo. Regresará con sus heridas abiertas desde cualquier rincón del mundo, como Phil, llamándonos por nuestros nombres y exigiéndonos esas lágrimas a las que tienen derecho. El recuerdo no será nunca insensible. Al recuerdo sí se le pueden infligir heridas, una y otra vez. En ello puede residir su victoria final. Pero del mismo modo que el recuerdo es vulnerable en el presente, también vive en nosotros, y mientras vive, y mientras tengamos fuerzas, podremos honrarlo y darle el trato que merece."

La hija del optimista

Eudora Welty

Nunca me ha gustado demasiado Séneca con su terrible salud de hierro y su amargado estoicismo, siempre insistiendo en la necesidad de prepararse para la muerte. Sí coincido con él, sin embargo, en que el viaje como tal está sobrevalorado. Como algo antes dijo Horacio, caelum non animum mutant qui trans mare currunt; o, lo que es lo mismo, "cambian de cielo, no de ánimo, los que se apresuran en cruzar el mar." Cuando de literatura se trata, hay quien ha defendido la necesidad de viajar, de conocer mundo, como condición sin la cual no es posible escribir algo que valga la pena. Yo no lo veo así. La Literatura con mayúsculas no se alimenta necesariamente de grandes hazañas y aventuras, de lugares exóticos y tiempos remotos, sino que muy bien puede nutrirse de lo familiar y lo cotidiano. De sobra saben Vds. lo que valoramos por aquí a autores como J. D. Salinger, Richard Ford o, se me ocurre ahora, Anne Tyler, siempre atentos a ese detalle que, pese a su aparente banalidad y familiaridad, es capaz de emocionar o incluso de causar extrañeza.

Pues bien, Eudora Welty, una de las más grandes autoras del tan traído y llevado gótico sureño, es otro de los referentes destacados de ese selecto club de artistas de lo pequeño y conocido. Vivió la mayor parte de su vida en Jackson y en ese Mississippi rural, a un tiempo deprimido y exuberante, vulgar y maravilloso, ambientó colecciones de cuentos como Las manzanas de oro o novelas como Boda en el delta.

La hija del optimista, galardonada con el Pulitzer en 1973, se mueve también en la esfera de lo familiar. Más bien debería decir que su tema es el de la familia, la que se nos impone desde fuera y la que en mayor o en menor medida tenemos la posibilidad de elegir: maridos, mujeres y, por supuesto, amigos. Pero lo que para uno es elección, para otro no es sino violenta imposición, como muy bien sabe la Laurel McKelva de esta historia, que, recién llegada de Chicago a Nueva Orleans para hacerse cargo de su moribundo y pronto fallecido padre, choca con la nueva esposa de este, la egoísta, superficial, zafia y déspota Fay. Sola durante dos días en la antigua casa familiar, que, como en los cuentos infantiles, pronto reclamará en propiedad su madrasta Fay, Laurel rinde tributo a los recuerdos familiares y da rienda suelta a miedos hace tiempo relegados pero nunca del todo superados: a los pájaros, a la soledad, al desarraigo, al olvido.

No ocurren grandes cosas en esta descarnada y triste pero también lírica y hermosa historia familiar y, sin embargo, La hija del optimista es una gran novela, plagada de pequeños momentos inolvidables que conducen a Laurel, su protagonista, a una absoluta y alentadora certeza. Es la imaginación, la pasión y el amor, por las personas y por las cosas, lo que al final hace que una vida haya sido digna de su nombre.