sábado, 29 de agosto de 2009

LOS RESTOS DEL DÍA (KAZUO ISHIGURO)

“Orgullo y reserva no son las únicas cualidades que cuentan; quizá no sean siquiera las mejores. Pero si resulta que son las virtudes peculiares de alguien, esa persona se desmoronará si deja que se deterioren”.

El buen soldado

Ford Madox Ford

Hace un tiempo y en otro lugar traté de los "enfermos corteses" a propósito de On Chesil Beach de Ian McEwan. Me refería entonces con tal etiqueta a esas personas a las que aterra la pública exhibición de cualquier cosa remotamente parecida a lo que hemos dado en llamar emociones, sentimientos... o, incluso y sin ir tan lejos, de cualquier cosa que caiga en el ámbito de lo personal. Y decía también entonces que el paroxismo de la cortesía tenía la cara del Anthony Hopkins de Lo que queda del día, adaptación cinematográfica de la novela Los restos del día de Kazuo Ishiguro que, por fin, he leído. No en vano el mayordomo Stevens, protagonista absoluto de la novela, define la dignidad que tanto le obsesiona como "no desnudarse en público".

Insisto. La voz del narrador mayordomo Stevens es una de las más peculiares que uno puede "escuchar". Es tímido, extremadamente reservado, de todo menos espontáneo, clasista y snob a su manera y, sobre todo, poco fiable; no para su señor -de hecho es leal hasta el absurdo-, sino para nosotros, sus lectores. Stevens es un perfecto ejemplo de lo que los manuales de Teoría de literatura denominan "narrador infidente", si bien no deberíamos tenérselo demasiado en cuenta. Si Stevens nos miente es porque se miente a sí mismo, que puede que no sea un buen modo de vivir, de acuerdo, pero sí de salir adelante y preferible a la terrible constatación de que uno se equivocó irremediablemente al elegir vivir la vida como lo hizo.

domingo, 23 de agosto de 2009

EL MAHABHARATA CONTADO POR UNA NIÑA (SAMHITA ARNI)


Todavía recuerdo a la perfección mi primer examen como estudiante de Filología Clásica. Fue una prueba oral de lectura de la Ilíada y la Odisea de Homero y la Teogonía y los Trabajos y días de Hesíodo. Cada uno de nosotros debía demostrar que había leído y asimilado estos textos en una conversación individual con la todavía hoy temida profesora de griego, que tan pronto preguntaba por algún detalle concreto -inevitable en las pruebas de lectura- como por cuestiones más personales de opinión o interpretación. Pasé la prueba sin problemas hablando sobre la Dolonía, los personajes femeninos de la Ilíada, su perspectiva, los funerales de Patroclo, la terrible muerte de Héctor, los peligros arrostrados por Odiseo, la emasculación de Urano o la misoginia de Hesíodo. Dos veces, sin embargo, me encontré en ligeros problemas. En primer lugar, fui incapaz de decir con qué tentaban las sirenas a Odiseo. Por si se encuentran alguna vez en una coyuntura parecida, la respuesta correcta es que las sirenas le ofrecieron al héroe el conocimiento de todas las cosas del mundo. Y después se me ocurrió decir que la Ilíada al mismo tiempo que majestuosa y solemne, inmensa y sublime, era también inocente. Ella no estuvo del todo de acuerdo; sobre todo, creo, porque lo interpretó como algo negativo. Nada más lejos de mi intención.

Saben Vds. que la literatura griega -entiéndase "literatura" en sentido relajado, por favor- nace con los poemas homéricos, que son resultado de siglos y siglos de tradición oral y popular, a la que Homero -o quienquiera o quienesquiera que fuese; no vamos a entrar aquí en tan peliaguda cuestión- dio forma para obtener la Ilíada y la Odisea. La génesis determina necesariamente el contenido. Así como las Argonáuticas de Apolonio de Rodas o la Eneida de Virgilio son "épica de escritorio" -y en parte se resienten de ello-, los poemas homéricos, como el Cantar de Roldán o nuestro Cantar del Mío Cid, son producto de una tradición popular y, como tales, más frescos e inocentes, menos sofisticados. Y esto se aprecia mucho mejor en la Ilíada que en la Odisea, quizá porque se sirve de materiales más remotos en el tiempo. Lo que ahora y entonces quise decir -aunque no tuviera mucho éxito- es que la inocencia de la Ilíada no le resta grandeza, sino que contribuye a ella.

¿A qué todo esto? Pues a que he dedicado estos días a la lectura del Mahabhārata contado por una niña. La niña es Samhita Arni y con sólo 12 años fue capaz de escribir e ilustrar una maravillosa versión del poema épico más extenso de la literatura universal, el Mahabhārata, que, vaya por delante, no he leído, aunque debería hacerlo. Como la Ilíada, el Mahabhārata resulta de la suma de materiales de épocas y procedencias diversas y relata una guerra remota. Si la Ilíada trata de la cólera de Aquiles acontecida en el décimo año de la Guerra de Troya, el Mahabhārata está dedicado a la guerra que enfrentó a los Pándava y los malvados Káurava por el control de un reino al Norte de la India. Si el héroe por excelencia de la Ilíada es Aquiles, el del Mahabhārata es Árjuna y si los dioses del Olimpo hicieron y deshicieron a su antojo a favor o en contra de Ilión, también el aparato divino interviene en la trama del Mahabhārata. No en vano, Krishna, el auriga y mejor amigo de Árjuna, es una encarnación humana del dios Vishnu y los héroes enfrentados en combates individuales se lanzan astras o armas obtenidas de este o aquel dios. Los parecidos con la Ilíada son muchos: la solidez de los héroes, su obcecación, su rotundidad, su violencia y brutalidad -y me refiero tanto a los héroes héroes como a los héroes villanos-... y su inocencia. En esta versión del Mahabhārata he vuelto a disfrutar de la inocencia e ingenuidad de la épica. No sé si tal ingenuidad es propia de la versión original que, según la tradición, le dictó Vyasa al dios elefante Ganesha o se debe al filtro de una niña de doce años. De momento, me da igual. Lo que me importa es que estos días lo he pasado tan bien como cuando hace ya once años descubrí a Homero por primera vez. O casi.



miércoles, 19 de agosto de 2009

OTRA DE COSAS BIEN DICHAS

Lo que aquí sigue, amigos míos, lo dijo el casi siempre certero e inteligente C. S. Lewis en Cautivado por la Alegría (1955), mucho antes de que amenazaran en el horizonte infelices "hallazgos" como la Logse y sucedáneos o los tan traídos y llevados Plan de Bolonia y Espacio Europeo de Educación Superior. No sé a Vds. pero a mí me parece que tiene toda la razón del mundo:

"En aquellos días un chico que se dedicara a lo clásico oficialmente no estudiaba casi nada que no fuera clásico. Creo que era bueno; el mejor servicio que podríamos hacer a la educación de hoy sería enseñar menos materias. Nadie tiene tiempo para hacer bien antes de cumplir los veinte más que unas pocas cosas, y cuando obligamos a un chico a ser mediocre en una docena de materias, destruimos sus posibilidades, quizás para toda la vida."

sábado, 15 de agosto de 2009

GALÁPAGOS (KURT VONNEGUT)

"No era del todo una comedia, ni tampoco un asunto supuestamente serio"
Galápagos
Kurt Vonnegut

No ando muy sobrada de tiempo últimamente y estos días parecen acumulárseme las actividades, ya de ocio, ya de trabajo, pero no sería de recibo que no dedicara al menos unas líneas a glosar los muchísimos aciertos de una de las novelas leídas durante la semana pasada en ese vergel llamado Madeira: Galápagos de Kurt Vonnegut.

En esa magnífica colección de perlas que el genial hoosier reunió en Un hombre sin patria poco antes de su muerte son varias las alusiones al modo en que la euforia termodinámica del hombre ha conseguido cargarse el planeta Tierra en menos de dos siglos y a la irrefutable constatación de que al hombre no le gustaba estar aquí. No extraña, así pues, la línea argumental de Galápagos (1985), en la que Vonnegut narra la quasi destrucción de la Humanidad y su salvación in extremis por obra del Azar y de una singular y heterogénea partida de personajes enrolados en el "Crucero del siglo para el Conocimiento de la Naturaleza". Es precisamente el naufragio en las Galápagos de dicho crucero -significativamente llamado Bahía de Darwin- el que propiciará la supervivencia de la Humanidad, si bien a su manera. Pues las peculiaridades genéticas de ese grupo que el Azar se ha encargado de reunir, las condiciones ambientales de las islas y la Ley de Selección Natural, tal y como la formuló Darwin tras el viaje del Beagle, determinarán enormemente esa nueva Humanidad y la librarán en un millón de años de la que el narrador fantasma identifica con su mayor tara: nuestro cerebro.

"Ningún ser humano podía atribuirse él solo el mérito de haber creado ese cohete, que iba a funcionar con tanta perfección. Era el logro colectivo de todos los que habían concentrado los voluminosos cerebros en el problema de cómo capturar y comprimir la difusa violencia de que es capaz la naturaleza, y arrojarla en paquetes relativamente pequeños sobre el enemigo."

(ibidem)

El buen Vonnegut no se anduvo nunca con rodeos ni complejos. Y esta obra es una estupenda muestra de la originalidad, acidez, lucidez, humor y sorprendente ternura con los que diseccionó al Hombre, en cuya bondad, pese a todo, debió creer hasta el final; como el gran humanista que, sin duda, fue. Uno de los últimos.


domingo, 2 de agosto de 2009

SHANGRI-LA: DERIVAS Y FICCIONES APARTE

De nuevo acaba de llegar a puerto Shangri-La y lo ha hecho en esta ocasión cargada de reflexiones sobre una de las mejores literaturas posibles, la norteamericana, encarnada en las magníficas novelas y relatos de Richard Ford. Apenas he tenido tiempo de echar un vistazo al más que jugoso contenido de la bodega, donde, por cierto, se guarda un breve pero cariñoso retrato nuestro de ese antihéroe americano por excelencia que es Frank Bascombe (p. 227).

Lo que sí he leído con atención es el lúcido, perspicaz y, en fin, magnífico artículo que Juan Miguel Ariño dedica a desentrañar y explicitar las grandes virtudes de lo mejor de esa narrativa que a tantos nos ha enamorado: "Richard Ford y la literatura norteamericana" (p. 233). Me refiero, por supuesto, a Melville, Twain, Fitzgerald, Salinger, Roth, Bellow, Franzen, Chabon y tantos otros, entre los que con la luz propia de los grandes brilla Richard Ford; el Richard Ford, sobre todo, que, insisto, tuvo el valor de dedicarle más de 1700 páginas a un hombre tranquilo como Frank Bascombe.

Si Vds. son listos, harán lo mismo y tras acceder aquí mismo a la bodega, leerán también el artículo y, sobra decirlo, El periodista deportivo, El Día de la Independencia y Acción de Gracias del mejor Ford de los posibles.