sábado, 25 de abril de 2009

EL LÉMUR (BENJAMIN BLACK)


"Conocí" a John Banville hace ya unos cuantos años merced a La carta de Newton, en la que se apuntaban ya algunas de las constantes de su obra posterior: lo borroso de los trazos que conforman la identidad, la culpa, la frialdad y calma de su prosa, su precisa y a un tiempo exótica adjetivación, la plasticidad de sus imágenes... Banville tiene talento, no hay duda. Y, sin embargo, no acabo de encontrarme cómoda con él. No lo conseguí con la citada La carta de Newton ni con las posteriores Imposturas o El mar. Supongo que me muevo con más soltura entre prosas más austeras, que llamen menos la atención sobre sí mismas; precisamente como es, al menos en un principio, la prosa de El lémur, rubricada -como El secreto de Christine y El otro nombre de Laura- con el heterónimo de Benjamin Black.

Nunca he entendido demasiado bien la etiqueta de "novela de género". Comprendo que dentro del género novela hay subgéneros con convenciones propias -novela histórica, novela negra, novela de detectives, novela rosa...- pero no creo que porque una novela se adscriba a uno de estos subgéneros debamos esperar menos de ella. "Novela de género" no debería significar necesariamente novela inferior, vamos. Digo yo.

El lémur de Banville-Black es una novela negra de principio a fin, con su protagonista cínico-idealista dado a desayunarse con un Gin-tonic, su lío extramarital y su vértigo existencial de rigor. Contratado por la apabullante cifra de un millón de dólares para escribir la biografía autorizada de su temible suegro, nuestro héroe, John Glass, se ve implicado sin saber muy bien cómo en un inquietante asesinato. Aunque quizá no sea tan inocente como pretende. Al fin y al cabo, ¿qué se puede esperar cuando uno ha accedido a ser el cronista oficial de un antiguo agente de la CÍA y gran magnate de la comunicación? Dinero y poder siempre han conformado un cóctel explosivo, aún más, si, como es de rigor en toda novela negra que se precie, se añade además una ración de amores malditos.

El lémur es, como digo, una novela negra de principio a fin, menos ambiciosa que otras novelas de Banville y probablemente más ágil, aunque según se aproxima el final, Black es menos Black y se vuelve más Banville.

Y además, que no "pero", El lémur es una buena novela.

sábado, 18 de abril de 2009

CANNIBALS AND MISSIONARIES (MARY MCCARTHY)

"This society had two talismans: one moral and therefore hypocritical, honored by lip service, and the other material, honored in daily practice and most highly venerated in the form of works of art. In the interior of the Boeing, by one chance in a million, the pair coexisted, even if for the moment the art works were present only nominaly at a second remove."
Cannibals and missionaries
Mary McCarhy

Decía Paul Auster en su inconsistente y vacía Viajes por el Scriptorium que "si se quiere contar una historia con garra, no hay que tener compasión". Cierto es. Cuantas más inhibiciones morales coarten a un autor en la creación de sus personajes, menos vivos estarán estos, menos "auténticos" y "reales" serán. Una cosa es la vida y otra bien distinta la escritura. Lo que como lectores deberíamos buscar, aun más, exigir, es responsabilidad, compromiso e integridad narrativa -la otra no es, en principio, asunto nuestro- y la obra de Mary McCarthy (1912-1989) va bien servida de todo esto. Su ya legendaria afilada palabra y mala leche, que tan temible la hicieron entre el establishment cultural y la bohemia de su tiempo, se tradujeron en su obra en una incomparable agudeza y finura a la hora de crear y retratar a sus personajes, ya se tratara de jóvenes graduadas de Vassar -El grupo-, de pudientes y amargados bohemios de Nueva Inglaterra -Una vida encantada-, de un inocente y confundido joven lanzado al mundanal París en la vorágine de los '60 -Pájaros de América- o de los peculiares pasajeros del Boeing con destino a Irán secuestrado por un grupo de terroristas en Caníbales y misioneros -tristemente descatalogada en castellano-, de la que aquí nos ocupamos hoy.

Corren los primeros '70 y un grupo de bienpensantes y autocomplacientes occidentales se dispone a viajar a
Irán preocupados por las violaciones de los derechos humanos atribuidas al Shah y a SAVAK, su policía secreta. Forman parte de esta embajada un pastor protestante, su anciano obispo, una rectora de universidad, una joven y aguerrida periodista de guerra, un senador americano de edad madura, un sensato y carismático diputado holandés de la Izquierda, un profesor universitario de Oxford y un estrambótico orientalista, más que dado a la botella, que viaja acompañado de Sapphire, su nervioso gato persa -cómo no-. Y en su mismo avión, aunque en primera clase, viaja un grupo de millonarios tratantes de arte embarcados en un viaje turístico que debería llevarlos por diversas galerías y museos iraníes; debería, si no fuera porque Greet y Jeroen, una pareja de terroristas neerlandeses, tienen otros planes para nuestra heterogénea embajada y también -por qué no, si el destino los ha puesto en su camino- para el grupo de millonarios. Los planes de Greet y Jeroen y de sus cómplices palestinos y alemanes no son otros que secuestrar el avión, hacerse fuertes en un deshabitado polder holandés y exigir, a cambio de los rehenes, aquí un Vermeer, allí un Greco, acullá la salida de Holanda de la OTAN y la liberación en Israel de presos palestinos. Ni más ni menos.

Caníbales y misioneros, que toma su nombre del célebre desafío de lógica al que seguro se han enfrentado Vds. alguna que otra vez, es una brillante y redonda tragicomedia, o mejor aún, "comitragedia", si queremos hacer honor a la estructura del 'drama'. Es la comedia inteligente, desternillante y un tanto intelectual del secuestro del avión, en la que se nos regalan escenas grandiosas como la de Víctor velando el cadáver de su gato cual Antígona con Polinices, la de una tripulación tan-tan industriosa y profesional que se empeña en vacunar a un secuestrador contra el tétanos, o la de un grupo de rehenes aplaudiendo burlones las infructuosas búsquedas que deberían conducir a su rescate. Y es la tragedia -aun con pinceladas de humor- de la promiscua convivencia en el polder entre secuestradores y rehenes, de la difusa y escuálida línea que separa a inocentes y culpables, del doble rasero moral de Occidente, de la prevalencia de la ética sobre la estética, o al revés, de la inutilidad o supuesto valor moral del arte y, en suma, de las glorias y miserias del hombre.

Todo ello hace de Caníbales y misioneros una novela improbable -quiero creer que no imposible- en nuestros días. No sólo porque el 11-S haya convertido los secuestros aéreos en ingrediente prohibido de la comedia, sino por su valentía. Pues al tiempo que nos hace reír y disfrutar de su prosa punzante e irónica y muy, muy elegante, Mary McCarthy cuestiona y desafía convicciones firmemente enraizadas hasta el punto de que ya próxima al final de esta magnífica historia, una empieza a preguntarse quiénes son los caníbales y quiénes los misioneros.


domingo, 5 de abril de 2009

LOS SECRETOS DE OXFORD (DOROTHY L. SAYERS)

“Porque, por realista que sea el escenario, el único país, la única tierra natal del novelista es la “Ciudad de las Nubes y los Cucos”, donde todo lo que hacen es bromear y enredar, sin ánimo de ofender.”

“Prólogo”

Los secretos de Oxford,

Dorothy L. Sayers

Sin duda, habrán oído Vds. en alguna que otra ocasión aquello de “mujer que sabe latín ni encuentra marido ni tiene buen fin”. Pues bien, este zafio ripio que yo escuché por vez primera hace unos cinco años, en mi último curso como estudiante de Filología Clásica, es un resabio, un resto de una época ya pasada y casi olvidada, para mal y para bien. “Para mal”, porque en este refrán el latín comparece como símbolo de cultura, de Saber con mayúsculas, y hace ya mucho tiempo que latines y griegos sobreviven mal que bien tan sólo en los campus de Humanidades y bajo la continua amenaza de la definitiva extinción. Por cierto que esta amenaza se cierne ahora sobre los estudios clásicos más que nunca, pues Bolonia mediante -o la interpretación interesada que por aquí se ha hecho de dicho Plan- ya no parece haber lugar en la Universidad Pública para las causas perdidas -léase investigación básica, por favor- que menciona Dorothy L. Sayers:

“Se dice que Oxford es la morada de las causas perdidas; si el amor al saber por el saber mismo es una causa perdida en el resto del mundo, encarguémonos de que, al menos, encuentre aquí su hogar permanente.”

(Ibidem)

Y, aunque no lo crean, esta extinción tendrá consecuencias. Por lo pronto y como mínimo, habrá cada vez menos lectores capaces de apreciar los errores que presentan Los secretos de Oxford, recientemente editados por Lumen (filial de la gigantesca Random House Mondadori, para más señas): Juniories por Juniores (p. 30), neo (por nec) saevior ulla pestis (p. 564) o, la peor de todas, o]n cai; mh; uo] por o]n kai; mh; o]n (p. 88). Una vez más, ¿qué ha sido de los correctores de las editoriales?

“Para bien”, porque hace ya décadas que la mujer se incorporó al mundo académico y se desenvuelve en él con normalidad sin que ello implique necesariamente la renuncia a la vida familiar, aunque aún haya un buen trecho que recorrer en este aspecto. Y para muestra, este botón

En la novela que aquí me trae hoy, en cambio, los protagonistas -Harriet Vane y Lord Peter Wimsey- se hacen y rechazan proposiciones de matrimonio en latín, y el gamberro y cada vez más peligroso Poltergeist que siembra la confusión en el ficticio college femenino de Shrewsbury (Oxford) es capaz de citar la Eneida de Virgilio. Y, por otro lado, dicho Poltergeist no hace sino ahondar en la llaga y denunciar como antinatural la vida de ese grupo de profesoras de Shrewsbury -agrias solteronas, dice dicho Poltergeist y, sin duda, opina lo más rancio y convencional de la sociedad inglesa- que en plena década de los ’30 del siglo pasado dedican sus horas no a cocinar para sus maridos y a limpiar los mocos de sus hijos, sino a estudiar las relaciones del Papado con la Iglesia Anglicana, los entresijos de la prosodia inglesa o las implicaciones éticas de la eugenesia, por ejemplo.

Pues bien, a ese college de ambiente enrarecido llega Harriet Vane, cinco o seis años después de haber escapado al nudo corredizo de la horca gracias a la intervención quasi deus ex machina de su simpar enamorado Lord Peter Wimsey. Y pese a los perturbadores incidentes provocados por el misterioso fantasma, que le han encargado investigar, se encuentra nuestra escritora de novelas de misterio con que los muros de la Universidad y el trabajo intelectual suponen un maravilloso consuelo y cobijo frente a los vaivenes del mundo y, cómo no, del corazón. ¡Vaya que sí!

Los tiempos han cambiado y nosotras nos hemos librado, por fortuna, de la elección entre corazón o cerebro que se impuso durante siglos a las mujeres. Y a pesar de esto, Los secretos de Oxford de Dorothy L. Sayers me han parecido una novela tan elegante, divertida, dotada de ritmo y, en suma, extraordinaria como, sin duda, debió parecerles a sus primeros lectores de 1935.

No se la pierdan.