viernes, 26 de septiembre de 2008

NERO WOLFE CONTRA EL FBI (REX STOUT): UNA DE CRÍMENES DE LESA EDICIÓN

Pensaba publicar hoy la reseña de la semana. De veras pensaba hacerlo, pero dado que el objeto de la misma, Nero Wolfe contra el FBI de Rex Stout, ha resultado ser una novela ligera e intrascendente, digno pasatiempo pero más o menos del montón, me ha parecido oportuno cambiar de derroteros. Viremos pues y dediquémosnos a cuestionar la labor de alguna que otra editorial que en este país es. No conocía la editorial Navona y su colección Reencuentros hasta que me hice con esta breve novela de edición aparentemente –y subrayo el “aparentemente”- cuidada, que según su contraportada permanecía perdida en el tiempo o era poco conocida. Y ya que he pasado por aquí diré que la prosa de la contraportada no brilla especialmente por su precisión y estilo, como se puede apreciar fácilmente leyendo sus dos últimas líneas:

“Rachel Bruner se ha quitado de encima una preocupación y unos cuantos dólares. Pero eso a ella no le importa.”

¿Qué es lo que no le importa? ¿Haberse librado de la preocupación? ¿haber perdido “unos cuantos dólares”? A saber. Pero no era eso a lo que iba, ni tampoco al hecho de que sus dos páginas de introducción dedicadas al infame McCarthysmo y Comité de Actividades Antiamericanas irían mejor como epílogo; sobre todo, porque revela parcialmente la efectista broma final del autor. A lo que iba es que no me parece de recibo que una editorial que presume de rescatar del olvido joyas perdidas y que en su presentación habla de -¿cómo era?- “del placer y milagro de dar vida a la letra impresa”, servicio por el que cobra a cada lector 12’50 euros, no se moleste en purgar el texto de los errores tipográficos y, sobre todo, ortográficos que haya podido cometer el traductor –que también tiene su responsabilidad, por supuesto-. Tan sólo hacía falta pasar la traducción por el corrector ortográfico del procesador de textos para ahorrarnos cosas como “esquege” y las tres veces en que la palabra –¡agárrense!- “alcova” aparece en la página 187. Digo yo, vamos. Le ha tocado en esta ocasión a esta modesta editorial, pero gigantes como Lumen y Alfaguara no se quedan atrás, por lo que he leído en estos últimos tiempos.

No soy dada a los discursos tremendistas ni apocalípticos que claman contra la barbarie y bajo nivel cultural actual, pero me parece poco menos que alarmante que los que deberían considerarse reductos guardianes de la palabra escrita –discúlpenme la pedantería-, ya sean editoriales, suplementos culturales o facultades de disciplinas humanísticas –como la filología, sin ir más lejos- se permitan publicar textos con errores como los arriba mencionados, dar pábulo y difusión a notas como la que sobre la Odisea y sus eclipses citaba por aquí hace unas semanas, o consentir que numerosos “aspirantes” a filólogos –por supuesto, no todos- busquen con afán resúmenes de la épica homérica y firmen con la conciencia tranquila exámenes en los que las faltas de ortografía campan a sus anchas. Puede que la culpa la tengan las últimas tres leyes de educación, el espíritu de Bolonia que pretende hacer de la universidad una escuela de empleo conculcando el mismo espíritu que debería alentarla, el frenético ritmo que borra títulos del catálogo en poco más que semanas y puede, también, que la culpa sea de todos un poco y de nuestra tan descuidada responsabilidad individual. Así que, por favor, critiquen, protesten y pataleen.

sábado, 20 de septiembre de 2008

POSTALES DE INVIERNO (ANN BEATTIE)

“-Se dará cuenta de que estoy preocupada, Charles. ¿O es que no se da cuenta? Estoy preocupada. ¿Parezco borracha o preocupada?

-Está preocupada, naturalmente.

-¡Eso no es lo que le he preguntado! Le he preguntado si parecía borracha.

-No, en absoluto. Sólo parece preocupada.

-Es que estoy preocupada. Eso de que los alcohólicos no nos preocupamos por nada es un error muy extendido. Si no nos preocupáramos por nada, no habría ni un solo alcohólico, Charles.”

Postales de invierno, Ann Beattie

Otro taciturno que añadir a la lista de los más grandes taciturnos que en la Historia de la Literatura han sido. El bueno de Charles, el héroe –o antihéroe, según se mire- de la última joya rescatada del olvido por Libros del Asteroide: Postales de invierno de Ann Beattie. El cínico, descreído y amargado de Charles, que a sus casi treinta años deja pasar los días de 1975 en idas y venidas a un trabajo tedioso, visitas a una madre histérica que amenaza con suicidarse combinando baños eternos y mantas eléctricas, llamadas telefónicas de un padrastro alcohólico desesperado por el cariño de un hijo que nunca tuvo, cervezas y cenas con su inseparable y entrañable amigo Sam y motorizados paseos nocturnos hasta la casa de Laura, su ex amante, a la que, cual Gatsby redivivo –se conforma con ver la luz de su ventana- sigue esperando obsesivamente aun dos años después de que esta lo abandonara. Así se muestra Charles al mundo: callado, malhumorado, difícil de tratar y un tanto inerte.

Pero aquí lo hemos presentado como un más que destacado miembro del club de los taciturnos. No tiene nada que envidiar, de hecho, al Cyrus Irani de Philip Lopate ni, seamos osados, al Herzog de Saul Bellow. Y como ya citamos hace un tiempo y en otro lugar... “en casi todos los taciturnos acecha un prolijo monologuista”. Así que, como no podía ser de otra manera, mientras se deja llevar por las heladas calles de Washington al ritmo de los Stones, Dylan y Janis Joplin, Charles fantasea con otra vida, o mejor, con idílicas escenas de concordia familiar dignas de Norman Rockwell, donde no hay lugar para los problemas ni para los miedos que persiguen a Charles de manera obsesiva ya desde su infancia.

El magnífico y divertido prólogo a esta edición de, cómo no, Rodrigo Fresán, vincula Postales de invierno de Ann Beattie a la inigualable El guardián entre el centeno de J. D. Salinger. Amén a eso. No sólo se cita explícitamente a Salinger tres o cuatro veces a lo largo de estas Postales, sino que Holden y Charles son almas gemelas. Aquel fue un díscolo adolescente y éste, los sesenta mediante, es un cínico pesimista, pero en el fondo ambos son un par de idealistas que buscan algo más allá de la vulgar realidad cotidiana.

Más arriba he citado a los Rollin’, a Bob Dylan y a Janis Joplin. Estos grandes nombres y otros tantos más forman la banda sonora de esta divertida, entrañable y, dígamoslo ya, brillante novela de Ann Beattie, pero es otra la canción que estos días ha sonado una y otra vez para acompañar a estas Postales de invierno; una canción que, como las susodichas Postales, trata de la tan buscada fórmula de la felicidad, o, en palabras del Señor Van Morrison, de “cómo cambiar el plomo en oro”, en definitiva... de la piedra filosofal, vaya.

Una vez más... no se la pierdan. Y ahora, silencio. Que cante el maestro:

domingo, 14 de septiembre de 2008

HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA


“Otro buen testimonio de esas efusiones sagradas es el que suministra el propio Morell. «Abrí al azar la Biblia, di con un conveniente versículo de San Pablo y prediqué una hora y veinte minutos. Tampoco malgastaron ese tiempo Crenshaw y los compañeros, porque se arrearon todos los caballos del auditorio. Los vendimos en el Estado de Arkansas, salvo un colorado muy brioso que reservé para mi uso particular. A Crenshaw le agradaba también, pero yo le hice ver que no le servía.»”

“El atroz redentor Lazarus Morell”
Historia universal de la infamia
Jorge Luis Borges

martes, 9 de septiembre de 2008

UN HOMBRE EN LA OSCURIDAD (PAUL AUSTER)

“...y aunque la verdad suene a mentira, le falta energía o fuerza de voluntad para inventar una historia que parezca más plausible.”

Un hombre en la oscuridad

Paul Auster

Filosofemos y teoricemos un poco. Cualquiera que haya leído un suplemento o revista literaria en las últimas dos semanas, o leído su contraportada, sabrá ya que la recién publicada novela de Paul Auster, Un hombre en la oscuridad, juega con la idea de la existencia de infinitos mundos, derivada de la infinitud de Dios y sus poderes, tal y como la formuló Giordano Bruno en el siglo XVI.

De dicha posibilidad se sirve Auster en la primera parte de la novela para construir una América alternativa, de nuevo en guerra civil (Federales vs Secesionistas), en la que la caída de las Torres Gemelas y la guerra de Irak no han tenido lugar, y a la que, sin querer, es arrastrado Owen Brick (alias el Gran Zavello), para cumplir la difícil misión de acabar con el autor y fautor de la guerra. Y el responsable de tan incivil guerra no es otro que August Brill, crítico literario que, convaleciente de un terrible accidente de tráfico -¿les suena de algo?-, alivia el desasosiego del insomnio imaginando la mentada historia de Owen Brick y la guerra fratricida a la que debe poner fin.

No seré yo quien les fastidie la historia antes de tiempo desvelando el final. De eso ya se encarga el propio Auster –de fastidiar la historia, digo- dando un gran paso atrás a mitad de camino –en la página 138, más en concreto- y evitando la única secuencia lógica y coherente de los acontecimientos, tal y como él los ha planteado. Lean el párrafo anterior y dedúzcanla Vds. mismos. Reconozco que la historia no es fácil de cerrar –como si de una aporía de Zenón se tratara, ya que la cosa va hoy de filosofar- pero al fin y al cabo, no sería la primera vez que autor y personajes se encuentran. ¿No? Es más, lo hicieron no hace mucho en otra novela de Auster -¿recuerdan?-. Y, sobre todo, es él, Auster, quien ha elegido internarse en los intangibles espacios de la metaliteratura y quien nos repite una y otra vez bajo diferentes formas que

“lo real y lo imaginado son una sola cosa. Los pensamientos son reales, incluso las ideas de cosas irreales.”

(ibidem)

En definitiva, que nadie lo ha obligado a tomar ese camino y que ya que lo ha hecho debería haberlo seguido hasta el final. Y este error de fondo, que lastra toda la novela, y provoca incredulidad y frustración en el lector, no es el único, me temo. No acabo de entender por qué abandona la historia más interesante, la de esa nueva guerra fratricida entre Secesionistas y Federales, sin haber explorado las vías tan interesantes que ofrecía. El programa de los Secesionistas, por ejemplo, parece un esquema esbozado por un adolescente para un trabajo de ética:

“Política exterior: no injerencia... Política interior: seguridad social para todos, no más petróleo, no más coches ni aviones, un incremento del cuatrocientos por cien en el salario del profesorado (para atraer a la profesión a los estudiantes más dotados), estricto control de armamento, educación gratuita y formación profesional para los pobres...”

(ibidem)

Como en La noche del oráculo, Auster parece haberse cansado a mitad de camino. La crítica –bastante dividida, por cierto, a propósito de esta novela- ha señalado que es a él a quien oímos cuando se condena la guerra de Irak. Puede ser. De lo que no me cabe ninguna duda es de que es Auster, no sólo Brill, quien afirma lo siguiente:

“Voy con cautela porque veo que la historia puede tomar un camino u otro, y todavía no he decidido el sentido que quiero darle.”

(ibidem)

Toda la novela desprende regusto a improvisación y a falta de elaboración. A estas alturas del partido, el hecho de que la segunda parte de la novela carezca de ligazón -¿qué es lo que busca con las historias sobre la II Guerra Mundial y la Guerra Fría? ¿quizás un contrapunto a la guerra previamente imaginada?- y que recurra de nuevo a elementos una y otra vez utilizados previamente –la enfermedad, la muerte de la esposa, el poder redentor del cine y la literatura- es lo de menos.

Lo de más es que es prácticamente imposible hacer congeniar la integridad como autor con el ritmo de escritura que ha sostenido Paul Auster en los últimos años y que ya va siendo hora de que se tome un descanso. Puede y debe permitírselo. Al fin y al cabo, no sería la primera vez. Entonces volvió con El libro de las ilusiones, una de sus mejores novelas. Así que por aquí, seguiremos esperándolo... de momento.


sábado, 6 de septiembre de 2008

UNA VIDA ENCANTADA (MARY McCARTHY)

“Es una comunidad de casas de vidrio. Lo único que uno puede hacer es sentarse y observar. De vez en cuando, se presenta un alma a la que salvar.”
Una vida encantada
Mary McCarthy

Mary McCarthy fue una de las mayores prosistas estadounidenses del pasado siglo XX, que ya es decir. Valgan como botones de muestra de esta atrevida y tajante “obertura” sus espléndidas novelas El grupo y Pájaros de América, su autobiografía Memorias de una joven católica y la correspondencia que sostuvo con Hannah Arendt, editada bajo el título de Entre amigas. La agudeza, la cruda ironía, el sarcasmo, su ácida y afilada pluma, la precisión que tan temible la hicieron como crítica –el McCourt del Mercader de alfombras de Lopate, por ejemplo, la incluye entre la pandilla de “hijos de puta mentirosos y ególatras desalmados... hatajo de estirados” de la vieja Partisan Review- son cualidades sobresalientes de sus novelas. Pues, como muy bien dijo Paul Auster en sus Viajes por el Scriptorium –y esta cita es de lo poco rescatable de tal novela, por cierto-,
“si se quiere contar una historia con garra, no hay que tener compasión”.


Ninguna compasión tiene McCarthy con los habitantes de la New Leeds de Una vida encantada, una de esas artificiales y postizas colonias de bohemios y artistas que tanto contribuyeron a terminar con el espíritu de la Nueva Inglaterra de lugareños, pioneros, románticos y trascendentalistas –los Emerson y Thoreau- para convertirla en imagen de postal y artificioso souvenir. De hecho, los calificativos que el misántropo McCourt le dedicaba a la camarilla de McCarthy muy bien valdrían también -con honrosas excepciones, por supuesto- para las Marthas, Miles, Janes, Sandys y Pauls que con poco éxito buscan en New Leeds la vida encantada del título.

Todos ellos escriben, pintan, asisten a lecturas dramatizadas, discuten sobre Racine y Shakespeare, sobre Kierkegaard y Picasso, sobre Antígona y Hamlet... Solipsistas y ruines, hablan, hablan y hablan sin parar, sin apenas escuchar la réplica, tan sólo por el placer de oír el sonido de la propia voz aplastando al contrincante. Hasta la inteligente, discreta y noble Dolly y el timorato y rácano Warren tienen su momento de hybris y se ufanan de su capacidad oratoria y resolutiva en momentos en que lo más adecuado habría sido la compasión por el amigo que atraviesa un mal –muy mal- momento.

Es precisamente por medio de esos trepidantes e inteligentes diálogos, carentes de impostura y dotados de sorprendente naturalidad como Mary McCarthy caracteriza con maestría a todos y cada uno de sus personajes –que no son pocos-. Y el resultado, frente a lo que quizá pudiera esperarse, no es una de tantas divertidas y frívolas novelas sobre intelectuales cínicos y desencantados, sino -¡oh, sorpresa!- una magnífica, redonda y terrible tragedia a la griega, de desbordante ironía dramática, sobre la imposibilidad de escapar al propio destino, que, como dijo el enigmático Heráclito, no es sino el carácter de cada cual.

No se la pierdan.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

NVGAE, NVGAE

Si Vds. leyeron el suplemento de El País el pasado domingo sabrán ya que John Grisham, ese autoproclamado gurú del entretenimiento, está de promoción de su nueva ¿novela?: La apelación. No piensen mal. No soy yo quien cuestiona la entidad de novela de dicho volumen -ni de otros semejantes-, sino su propio autor, que en la entrevista que le hace Eduardo Lago se muestra más que generoso en perlas dignas de aparecer en uno de esos compendios de frases célebres; y no precisamente por su agudeza. Vaya en su descargo que el señor Lago tampoco se muestra especialmente lúcido y parece participar del muy extendido error –así lo veo yo al menos- de considerar que un best seller es un tipo concreto de libro y no aquello que es en realidad; sencillamente, un libro muy vendido, ya se trate de El código Da Vinci, de Harry Potter, del Quijote o de la Vulgata de san Jerónimo. No les distraigo más. El Sr. Grisham toma la palabra:

“Yo sé que lo que hago no es literatura [...] Si me pongo a intentar entender las complejidades del alma humana, los defectos de carácter de la gente y cosas de ese tipo, el lector se distrae, y eso es un lujo que no me puedo permitir. Por supuesto que he leído literatura en el sentido clásico. Todos tenemos esa clase de libros en la biblioteca de casa. Me obligaron a leerlos en la escuela, y le confieso que no me gustaron demasiado. No entendía por qué decían que eran tan buenos.”

“El lector se distrae” ¿de qué? ¿De una trama mil veces leída? ¿“Literatura en el sentido clásico”? ¿“Esa clase de libros”? Pero ¿cuáles, hombre, cuáles? ¿Hemos de entender que no le ha gustado ningún clásico literario? No me extraña que diga que lo que él hace no es literatura. ¡Sólo faltaba! Si la literatura no le gusta...

“Stephen King hizo una observación muy interesante al respecto. Hace muchos años que él publica hasta dos libros el mismo año. Lo que dijo King es que cuando un escritor hace algo así, los críticos dejan de fijarse en él, lo cual es una gran victoria. El autor a solas con sus lectores, haciendo de la crítica algo irrelevante.”

¿O sea que ese es el objeto de tamaña fecundidad literaria? Porque claro, los lectores no hacen crítica, ¿no?

“En mi caso hay un tercer elemento, que no se da en todos los escritores, y es que mis libros son limpios, no hay nada escabroso ni moralmente objetable en ellos. Si un lector de 50 años lee una novela mía, sabe que se la puede recomendar indistintamente a su hija de 15 años o a su madre de 80, porque tiene la seguridad de que no hay nada moralmente reprobable en el libro [...] Hay una sobreabundancia de libros turbios y escabrosos.”

¿Se refiere quizás al adulterio? ¿al suicidio? ¿al asesinato? ¿a la violación? Episodios “moralmente objetables” de este tipo han dado lugar a grandes novelas de esas tradicionalmente encuadradas en lo que el Sr. Grisham llama... ¿cómo era? ¡Ah, sí! “Literatura en el sentido clásico”. No será necesario citar aquí a las Bovarys de turno pero sí llamar la atención sobre el hecho de que John Grisham ha dedicado gran parte de su muy atareada vida al thriller judicial, donde -¡oh, sorpresa!- hay violaciones, asesinatos, adulterios, avaricia y demás pecados al uso. Vean si no las adaptaciones de La tapadera o El informe pelícano, por ejemplo. ¿Qué es entonces esa “nada escabrosa” de sus libros? A saber... cualquiera lo sabe. Yo renuncio. Saberlo es incluso más difícil que acabar una novela de Faulkner:

“Leí a Faulkner siendo muy joven, porque en el colegio nos obligaban a leerlo. Disfruté moderadamente alguno de sus libros, pero lo normal es que me resultara imposible pasar de la página 10. La razón por la que colecciono sus primeras ediciones es porque son una magnífica inversión. Me gusta coleccionar relojes de pulsera y primeras ediciones.”

La entrevista tiene su gracia, la verdad. Yo, al menos, me reí con ganas, aunque no sé si tanto como con la breve nota que acabo de leer en el último Qué leer (septiembre, 2008: p. 21). No le busquen la ironía porque no la hay. Vds. mismos pueden leerlo: “no por ello indigno de loa”. En fin...

“Una pareja de investigadores de la Universidad Rockefeller de Nueva York y del observatorio astronómico de La Plata, en Argentina, acaban de determinar con exactitud la fecha en que Ulises regresó por fin a Ítaca tras participar en la Guerra de Troya: el 16 de abril de 1178 a. C.

Su descubrimiento, ciertamente inútil pero no por ello indigno de loa, se basa en la descripción que de cuatro fenómenos estelares realiza la Odisea homérica, con el eclipse solar que antecede al asesinato de los pretendientes de Penélope como punto culminante.”