domingo, 31 de agosto de 2008

IT'S OVER, GO TO WORK!

"Es una sabia juventud, sin duda, la que es capaz de equilibrar una parte de vida genuina con dos partes de trabajo monótono, realizado entre cuatro paredes, y por respeto a la primera aceptar la otra con valentía."
A la luz de una linterna
Robert Louis Stevenson
A todos aquellos que, como la que desde este lugar escribe, vuelven mañana al trabajo -para más inri, en mi caso, no remunerado- todo el ánimo del mundo. Los que hace ya tiempo que volvieron a la realidad de la rutina diaria consuélense pensando en que nos llevan ventaja en lo que a adaptación se refiere. A aquellos que aún no han disfrutado de sus muy merecidas vacaciones -que me consta que los hay- sólo me queda transmitirles mi más sana envidia.

En fin, afilemos todos nuestros lápices, preparemos los cuadernos, reajustemos la alarma del despertador y, por favor, no se olviden de tomárselo con calma ni, desde luego, de pinchar aquí.



Un abrazo para todos,

CEci

sábado, 30 de agosto de 2008

DE MUJERES CON HOMBRES (RICHARD FORD)

“Su novela sonará mejor en francés, creo –dijo-. Es humorística. Tiene que ser humorística. En inglés no lo es tanto. ¿No opina como yo?

-No pensaba que fuera humorística –dijo Matthews, y pensó en los nombres de calles que se había inventado para los pasajes parisienses.”

“Occidentales”, en De mujeres con hombres, Richard Ford

Me cuesta leer relato breve. Me da la impresión de que esta forma narrativa apela más a las impresiones, a las sensaciones, que la novela y no es raro que al acabar un relato termine desconcertada. Seguramente es esto fruto de la síntesis, de la condensación, que requiere un gran talento por parte del escritor, que sugiere más que dice, pero también más esfuerzo del lector. Hagan la prueba e intenten explicarle a alguien de qué trata –o mejor, “de qué va”- un relato de Flannery O’Connor o de los “Nueve cuentos” de Salinger, por ejemplo. Quizá podrán apuntar dos líneas sobre la peripecia, pero su interlocutor se quedará con cara de “¿Y...?” Falta algo. Me dirán, con razón, que tampoco una novela es sólo su trama; al menos, las que suelen merecer la pena. Y es cierto, con el permiso de Aristóteles, pero una novela lo tiene más fácil, creo, para hacer disfrutar al lector en su nivel más inmediato, más concreto, de lectura. Aunque, la verdad, tampoco estoy muy segura. Probablemente no debería haberme metido en este jardín, al que he entrado a propósito de los tres relatos que componen el De mujeres con hombres de Richard Ford, cuya trilogía de Frank Bascombe figura por derecho propio entre lo mejor de la narrativa estadounidense contemporánea.

Pues bien, ¿“de qué van” estos De mujeres con hombres de Richard Ford? La contraportada de la edición de bolsillo de Quinteto-Anagrama glosa el argumento de los tres relatos, “El mujeriego”, “Celos” y “Occidentales”, y al hacerlo incurre en los dos defectos que precisamente el otro día atribuía Portnoy a las contraportadas de Anagrama; a saber, miente y destroza el final, en este caso de “Occidentales”.

¿Y de qué tratan? No creo que el nexo en común de los tres relatos sea como se dice en dicha contraportada que los tres estén “protagonizados por hombres que tratan de dar sentido a sus vidas a través de sus relaciones con las mujeres.” Si comparecen juntos en el mismo volumen es, creo yo, porque los tres tratan del cambio, de cómo cambiamos a ojos de los demás pese a que nos resistamos a ello, de cómo nos cambian el azar y los accidentes de la vida y de cómo, por último, el cambio no es simplemente cuestión de voluntad, por más que se diga en las películas y por más que lo cante Barack Obama.

“¿Y...?” –Me dirán Vds.

Lean, lean, aunque este Ford esté lejos del de El periodista deportivo, El Día de la Independencia y Acción de Gracias, aunque sus personajes no sean tan lúcidos y carismáticos como Frank Bascombe, aunque se tomen demasiado en serio y no sean de fiar, lean.

lunes, 25 de agosto de 2008

MEMORIAS DE ÁFRICA (ISAK DINESEN)

“Cuando se construyó la primera máquina de vapor, se separaron los caminos de las razas del mundo y no se han vuelto a encontrar.”

Isak Dinesen

Memorias de África

Cuando de íncipits célebres e inmortales se trata, el “Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong” de las Memorias de África de Karen Blixen (alias Isak Dinesen) poco tiene que envidiar a otros como “Señores, ¿os place oír un bello cuento de amor y muerte?” del Tristán e Iseo de Bédier o, mejor aún, “La cólera canta, Musa, del Pelida Aquiles” del inmortal Homero. Todos ellos son tan programáticos como sugerentes. Curiosamente las tres obras comparten algo más allá de la perfección de su comienzo: su oralidad y “auralidad”; fueron concebidas para ser contadas y escuchadas, antes que para ser leídas.

Tanto la Ilíada como Tristán e Iseo existieron mucho antes de que alguien decidiera ponerlas por escrito en una de las múltiples formas y variantes en que aedos y juglares debían transmitirlas de aldea en aldea. Es cierto que las Memorias de África de Karen Blixen surgieron en otro tiempo, bajo el reinado despótico de la palabra escrita e inmutable, pero sus historias tienen también vocación de relato, de cuento para ser narrado a media luz y a media voz en la comodidad del hogar. Así debió de entenderlo, de hecho, el desaparecido Sidney Pollack, que en su espléndida adaptación para el cine concedió un importante papel a la voz en off de la Baronesa Blixen.

La estructura del libro no hace sino confirmar esa impresión de oralidad, pues Memorias de África abunda en anécdotas dejadas a medias para ser continuadas después, en saltos adelante y atrás en el tiempo, en digresiones y anécdotas aparentemente intrascendentes... Leer estas Memorias es en parte como leer su pequeño capítulo “Los caminos de la vida”, como unir los puntos, que diría Steve Jobs –en el que, sin duda, debe ser uno de los más inspiradores discursos de graduación jamás pronunciados; eso sí, muy en la línea del sueño americano-. Con una diferencia. No hace falta esperar al final, alejarse y cobrar perspectiva para contemplar el dibujo que componen las pequeñas y fragmentarias teselas del mosaico.

Desde la primera página una sabe que está leyendo una hermosa, sobria y pausada elegía a una África en desaparición, en que la llamada civilización y el progreso cercan cada vez más el escaso margen existente para la singularidad y el misterio, que diría el Morel de Gary. Y eso que de aquí y allí brotan arrebatos colonialistas más que sorprendentes –y por qué no, censurables- en una mujer que presumía de civilizada por amar el orgullo de sus criados:

“El bárbaro ama su propio orgullo y odia o descree del ajeno. Yo quiero convertirme en un ser civilizado, amar el orgullo de mis adversarios, de mis criados y de mi amante; y mi casa será, con toda su humildad, un lugar civilizado en medio de la selva.”

(Ibidem)

Y no quiero terminar sin hacer notar antes las múltiples y variadas deficiencias de la reciente edición de Alfaguara (Madrid, 2007). Errores de puntuación que dificultan e impiden incluso la comprensión, faltas de ortografía y errores tipográficos campan a sus anchas por este volumen y emborronan la obra de esa exquisita esteta que fue la Baronesa Karen Blixen.

lunes, 11 de agosto de 2008

MISTERIOS DE HOY Y DE AYER (II): LUNA DE MIEL DE DOROTHY L. SAYERS

“- La lectura hae al hombre completo...
- La conversación lo hace ágil –terció Harriet.
- Y la escritura lo hace preciso –añadió el comisario.”

Luna de miel
Dorothy L. Sayers

Hablaba el otro día no demasiado bien pero tampoco demasiado mal sobre El secreto de Donna Tartt y dejaba para hoy Luna de miel de Dorothy L. Sayers. No pretendo convertir esto en un nuevo asalto de la bizantina querella entre antiguos y modernos. Es más, suelo protestar cuando escucho o leo aquello de que la narrativa actual es mera repetición de lo dicho por los antiguos antes y mejor. No lo creo; al menos, no en todos los casos. Sin embargo, en este artificial embate que yo misma he organizado casi sin pretenderlo, los antiguos –la antigua en este caso- ganan no a los puntos, sino por KO.

Descubrí a Dorothy L. Sayers y a su Lord Peter Wimsey hace un par de veranos con El misterio del Bellona Club, una novela elegante y con mucho estilo pero un tanto fría, falta de chispa. No le faltaba nada, en cambio, a la genial Veneno mortal, en la que el antes inalcanzable e infalible Lord Peter se enamoraba hasta la médula de Harriet Vane, independiente, orgullosa e inteligente escritora de novela negra acusada del envenenamiento de su ex amante. La editorial Lumen publicó posteriormente Cinco pistas falsas y Un cadáver para Harriet Vane, que como El misterio del Bellona, se movían con solvencia en el terreno de lo elegante, correcto y por momentos divertido. Vaya, que eran muy inglesas.

Y llegamos ahora a Luna de miel, en la que seis años después del juicio de Veneno mortal, Harriet Vane accede, por fin, a casarse con Lord Peter -sepan que no estoy destripando nada que el potencial lector de Luna de miel no vaya a leer en la contraportada o primera página de la novela-. Pues bien, con esta novela nos devuelve Dorothy L. Sayers a las alturas de Veneno mortal. Quizá no tanto, pero casi. El misterio que en esta ocasión debe desvelar la feliz pareja es la identidad del asesino del antiguo propietario de su nueva casa de campo, cuyo cadáver fue abandonado en la bodega. Y para llegar al quién no queda otra que averiguar el cómo. El porqué no es suficiente, sobre todo, porque, como suele suceder en estas historias y pese aquello del de mortuis nisi bonum, todo el mundo parece tener un buen motivo para desear la muerte de la víctima. Y aunque el cómo es quizá un tanto inverosímil dada la identidad del asesino –como bien señala P.D. James en el prólogo que precede a la novela en la edición de Lumen- no es comparable esta falta de verosimilitud a la que señalaba en El secreto de Donna Tartt. Pues no choca en el sofisticado mundo de caballeros y villanos que la autora ha construido. Como en su día dijo Evelyn Waugh de las historias de Woodehouse, el mundo de Lord Peter es atemporal y ha sido creado por su autora “para que vivamos y nos divirtamos en él.”

Así, recuperan protagonismo las asombrosas solicitud y eficacia de Bunter, el mayordomo, la incapacidad policial, episodios delirantes como el improvisado certamen de citas literarias que los recién casados sostienen con el comisario durante un interrogatorio y, sobre todo, el aturullamiento de Lord Peter Wimsey, un tanto abrumado por la recién contraída obligación de tener que contar también con Harriet. De hecho, las dudas de ambos cónyuges sobre el mejor modo de comportarse tienen no poco protagonismo en esta ágil y bienhumorada historia de rápidos e inteligentes diálogos, que combina a la perfección suspense y sentimiento y los riega, cómo no, con una buena dosis de ironía.

sábado, 9 de agosto de 2008

MISTERIOS DE HOY Y DE AYER (I): EL SECRETO DE DONNA TARTT


Dice José María Guelbenzu en su artículo de hoy del Babelia que las novelas de crimen y misterio son la lectura más relajante para el verano. Y con razón. De hecho, a poca atención que se preste a los títulos que los veraneantes se llevan a la playa, se observará que la mayoría pertenecen al género negro. Así que después de rendir cumplida cuenta de El fantasma de Harlot de Mailer durante las últimas semanas, me he dedicado estos días a cumplir mi cuota vacacional para con este género. El secreto de Donna Tartt (DeBolsillo, 2005) y Luna de miel de Dorothy L. Sayers (Lumen, 2008) han sido las elegidas. Empecemos por la primera.

Llegué hasta El secreto de Donna Tartt por medio de un buen amigo. Hablábamos hace unas semanas de novelas de ámbito universitario y él citó esta historia, protagonizada por un grupo de estudiantes de Clásicas en una universidad de Nueva Inglaterra. “Los personajes -me dijo- son un tanto excesivos y extremos, pero está bien.” Y no le falta razón, aunque con precisiones. Comencemos por lo bueno. La peripecia de estos cinco estudiantes de griego que como por accidente –dicen ellos- cometen un terrible crimen que les lleva a otro de manera creen-ellos-que-inevitable engancha de verdad. Ya desde la tercera línea –muy buen comienzo, por cierto- sabemos que han matado a Bunny, el sexto en discordia. La primera parte de la novela está dedicada a contarnos cómo y, sobre todo, por qué. La segunda, a su vez, a relatarnos las consecuencias que este terrible acto tiene sobre ellos: ansiedad, pánico, alcoholismo, drogodependencia y, sobre todo, disolución de los lazos de amistad que ellos creían tan firmes; curiosamente, ni una pizca de remordimientos o mala conciencia. Nada. En fin, que la historia entretiene; y bastante.

Sin embargo, esta estructura binaria no es del todo simétrica. Cojea. La segunda parte no está a la altura de la primera y se hace demasiado larga y repetitiva. No es esta morosidad el único fallo de la novela, ni el más grave. Hay otro mayor que afecta al desarrollo de los personajes, de uno en concreto: Julian Morrow, “el carismático profesor”. Nuestro selecto, exquisito, snob y más bien insoportable grupo de estudiantes de griego es la envidia del campus –esta sí que es buena- por poder disfrutar del magisterio de este profesor que se codeó en otros tiempos con lo más granado del establishment social y cultural de la nación. Se nos dice que es un erudito, misterioso y carismático. Se nos dice una y otra vez, pero no se nos demuestra. Son muy pocas las ocasiones en que se le da la palabra y no se nos permite asistir ni a media clase suya, así que no es creíble esa admiración, esa devoción y lealtad que los protagonistas le rinden. Como tampoco es creíble que estudiantes con menos de dos años de estudio de griego en su haber hablen en ático clásico entre ellos sirviéndose de elaboradas metáforas –¡y además sin que les de vergüenza!; a mí ni se me ocurriría, la verdad-, ni que redacten sus trabajos en esta misma lengua; sobre todo, cuando al principio de la novela no parecen tener muy claras las diferencias entre locativo y lativo, acusativo y dativo, por ejemplo. O eso o se pierde mucho el tiempo por las universidades que yo conozco –que no digo que no-. Si a ello sumamos el final de telefilme de sobremesa que nos dice lo que fue todos y cada uno de los personajes de la historia –es tan excesivo que puede que sea una parodia; no lo sé- y algún que otro arranque de cursilería como el que sigue, el resultado es una novela bastante peor de lo que prometía y podría haber sido:

“Me reí. Era domingo por la tarde, y yo me había pasado casi todo el día sentado en mi escritorio, leyendo a Parménides. El griego era difícil, pero además yo tenía resaca, y llevaba tantas horas leyendo que las letras ya ni siquiera parecían letras, sino algo indescifrable, como huellas de pájaro sobre arena. Estaba mirando por la ventana, en una especie de trance, y contemplando la hierba recién cortada de la pradera, que parecía de terciopelo verde, ondulando hacia las alfombradas colinas del horizonte, y vi a los gemelos, abajo, deslizándose por el césped como dos fantasmas.”

El secreto
Donna Tartt


viernes, 8 de agosto de 2008

CITIVS, ALTIVS, FORTIVS




Que Vds. los disfruten...

lunes, 4 de agosto de 2008

EL FANTASMA DE HARLOT (NORMAN MAILER)

“Una vez, siendo yo adolescente, mi padre me dijo: “Si temes, no vaciles. Métete en dificultades si ése es el curso honesto a seguir.” Era una hipótesis referida al arte del coraje que me vi obligado a refinar considerablemente en las guerras burocráticas, donde la carta que había que jugar era la paciencia. Pero también sabía que cuando el miedo se volvía paralizante había que esforzarse por hacer ese movimiento o dejar que el alma pagase las consecuencias. Cuando uno topaba con un fantasma, el curso honesto era claro: había que seguirlo.”

El fantasma de Harlot

Norman Mailer

Suele decirse con frecuencia aquello de que “una novela es una mentira que dice la verdad”. En virtud del pacto narrativo o de ficción se suspenden temporalmente las condiciones del mundo anterior a la lectura y se aceptan como buenas aquellas que establece el autor sirviéndose de determinados procedimientos retóricos. He aquí “la mentira”. Si la novela es buena, el resultado es la anagnórisis, el reconocimiento por parte del lector de una “verdad” previamente intuida y en la que este se reconoce –la identificación con lo leído, vaya- o bien la sorprendente constatación de una nueva “verdad”, que choca con convenciones previamente asumidas y hasta entonces nunca cuestionadas. En uno y otro caso se llega a “la verdad” a través de “la mentira”.

Sin embargo, esta mentira es en ocasiones muy difícil de reconocer como tal. No en vano intenta disfrazarse de verdad. Narración en primera persona, identificación del narrador con el autor, uso dramático de personajes y acontecimientos históricos... son sólo algunos de los procedimientos retóricos de los que un autor puede servirse con vistas a reforzar la ilusión poética. Las fronteras entre la verdad fáctica y la narrativa se difuminan entonces y el lector, más o menos ingenuo, es engañado o se deja engañar encantado y fascinado, por cierto, con y por lo que lee.


Pues bien, esto último es lo que me ha ocurrido con El fantasma de Harlot de Norman Mailer, responsable directa, junto con el sol estival, es cierto, del estado de abandono en que he tenido este lugar durante las últimas dos semanas. He sido engañada y me he dejado engatusar por esta reconstrucción monumental, brillante y de pasmosa verosimilitud, de la historia virtual de la CIA durante dos décadas fundamentales de la historia estadounidense y mundial: 1946-1965. El Berlín de la posguerra dividido en sectores y atravesado por túneles secretos –o no tanto-, la Revolución Cubana de Fidel Castro, la crisis de los misiles, la frustrada invasión de la Bahía de Cochinos, el misterioso ¿suicidio? de Marilyn Monroe, Frank Sinatra y sus tratos con la Mafia, los devaneos del Presidente Kennedy, su asesinato y hasta una posible explicación alternativa al Watergate brevemente esbozada al comienzo –bien distinta a los resultados de la investigación de Bob Woodward y Carl Bernstein- son algunos de los escenarios y personajes que habitan las más de 1200 páginas de esta novela.

Norman Mailer no perteneció a la CIA, como él mismo aclara en la más que lúcida nota final de la novela. Su historia ni siquiera responde a lo que un par de amigos de la agencia le hayan podido contar. No lo necesita. Él es novelista y cree, con razón, en la capacidad de los de su gremio para contar historias ajenas a su experiencia más inmediata a partir de su bagaje cultural y de su facultad imaginativa. A ello hay que sumar además una ventaja fundamental:

“Es pretender demasiado, pero, a fin de cuentas, llevo la ventaja de creer que los novelistas tienen una oportunidad única: pueden crear historias superiores en base a la intensificación de lo real, lo no verificado y lo totalmente ficticio.”

“Nota” de Norman Mailer a El fantasma de Harlot

Por más que Norman Mailer sea uno de los grandes representantes del realismo norteamericano contemporáneo, antes es novelista y, en consecuencia, tiene bula de sus lectores para escribir su verdad. Y su verdad es la historia de iniciación de Herrick Hubbard, un agente de la CIA, ingresado en la Agencia de la mano de su condecorado padre y de su poderoso padrino, el gran Harlot –epónimo de la novela-; y la de decenas de directivos, agentes de caso, espías –dobles y triples- esquizoides de profesión y por obligación; y la de la brillante Kittredge, consumida por el ambicioso proyecto vital de demostrar que todos los actos humanos son en última instancia resultado de la tensión y el equilibrio entre dos opuestos que habitan en cada uno de nosotros, Alfa y Omega, etc. Y su verdad es, en fin, una verdad a medias, como las de la vida. Pues sólo en las novelas de Ian Fleming encaja todo a la perfección. Nos queda a aquellos a los que James Bond no nos gusta ni nos convence demasiado, la obligación moral de intentar alcanzar nuevas certezas persiguiendo fantasmas como el de Harlot.

No se la pierdan.