viernes, 17 de agosto de 2018

YO SÉ POR QUÉ CANTA EL PÁJARO ENJAULADO (MAYA ANGELOU)




“... a todos los fuertes y prometedores
pájaros negros
que desafían a los hados y a los dioses
y cantan sus canciones.”
Maya Angelou (trad. Carlos Manzano)

Esperar lo mejor, prepararse para lo peor y no sorprenderse de nada de lo que suceda entremedias. Tal es el lema, entre estoico y popular, de la madre casi ausente de Maya, la protagonista, narradora y autora de Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado (Libros del Asteroide, 2016). Lo mejor y lo peor son extremos más que lejanos en el espectro de la vida de Maya Angelou y sorprende, de hecho, que haya sitio para lo mejor cuando lo peor es la brutal violación de la que fue víctima a los ocho años por su padrastro, un embarazo adolescente, la pasmosa negligencia de sus padres o el haberse criado en la Arkansas de los años ’30, en que los negros acababan con frecuencia colgados de los árboles. 

Sin embargo, y pese a la obvia brutalidad de lo narrado, en una prosa sobria salpicada de bellas y poderosas -¡poderosísimas!- imágenes -“feo sueño negro”, “los años de soledad que pasé en el infierno” o el “fuertes y prometedores pájaros negros” de la dedicatoria, por ejemplo- hay en esta hermosa novela mucho espacio para el amor, la dignidad y la belleza, encarnados, las más de las veces, en la titánica abuela Yaya, en el entrañable Bailey y en la propia Maya, empeñada con tesón y orgullo en ser mejor persona. Que esta mejoría venga, casi siempre, asociada al aprendizaje y el amor por los libros y el conocimiento, así como a la lucha por los propios derechos -siendo el punto de partida, insisto, el violento Sur del Klan y la segregación- no hace sino aumentar la belleza y el valor de un título imprescindible y, desde ya para mí, de cabecera, que, pese a la crudeza de algunas de sus partes, debería ser lectura obligatoria para todos los bachilleres que en el mundo están.
En fin, ya saben, ustedes lean, lean.


miércoles, 27 de diciembre de 2017

BALANCE LECTOR (2017)



No voy a justificar el silencio, el polvo y las telarañas apelando a la falta de tiempo. Lo cierto es que este último año he perdido impulso y el hábito de sentarme aquí delante para poner orden a eventuales ideas cuando termino un título. No he perdido, en cambio, pie lector. De hecho, he leído últimamente mucho y muy bueno y ahora que, a punto de agotarse el 2017, desde distintos lugares rinden pleitesía al dios cartesiano mediante listas varias, me propongo yo también hacer mención de lo mejor.
Y lo mejor adoptó casi siempre la forma de colección de cuentos estadounidense, ya llevara la firma de O’Henry (KRK) y sus habituales vueltas de tuerca finales, que subvierten con humor toda asunción e inferencia que el lector haya podido hacer;
o de O’Hara (Contra), el mayor talento de la narrativa norteamericana cuando de recrear diálogos se trata.
Sin embargo, lo mejor del 2017 ha sido probablemente el descubrimiento de Joy Williams gracias a sus Cuentos escogidos en Seix Barrall. Pasma en ella su capacidad de sorprender una historia in medias res, de capturar un instante y darle sentido sin necesidad de contarnos cómo comenzó todo con edulcorados y nostálgicos pretéritos imperfectos. Quien desde aquí les escribe se declara, más en concreto, devota absoluta de su “Tren”. 

En distancias algo más largas, les diré que estuve a punto de pasar por aquí cuando hace unos meses leí, por fin, Residuos, de Tom McCarthy (Lengua de Trapo), a la que Zadie Smith dedicó hace ya algunos años una crítica magnífica en Cambiar de Idea (Salamandra). Un hombre es víctima de un extraño accidente y se ve obligado a un complejo y completo proceso de reeducación neuronal y motora. Un gesto en apariencia sencillo como coger un lápiz exige una secuencia de órdenes de las que no puede dejar de ser consciente. Algo fundamental le ha sido arrebatado, pues, tras el incidente: naturalidad. Paradójicamente, la única forma de recuperarla es la recreación ad infinitum de escenas previamente seleccionadas y ensayadas hasta el más mínimo detalle. No se la pierdan.

Una sorpresa tan inquietante como su título sugiere fue el No, mamá, no, de Verity Bargate (Alba). En ella se plantea lo difuso de la línea que separa cordura y locura a través de la peripecia de una mujer incapaz de sentir amor -ni siquiera afecto- por sus dos hijos. No hay sangre de por medio, no se alarmen, pero el último tercio de esta brevísima e intensa novela resulta espeluznante.

Rebajemos la tensión y pongamos ahora un poco de color. 2017 fue el año del descubrimiento -¡gracias, Amarcord!- de la Hilda de Luke Pearson (Barbara Fiore), toda una aventurera que en la montaña y en la ciudad se las apaña para encontrar trolls, gigantes, perros inmensos y pájaros amarillos con amnesia. Leí las cuatro primeras aventuras mientras me recuperaba de una pequeña intervención y fue como volver a tener ocho años. Ya he iniciado la labor “evangelizadora” entre mis sobrinos postizos.
 Sorpresas más que agradables fueron también Rosalie Blum y Juliette, de Camille Jourdy (La Cúpula), protagonizadas ambas por personajes un tanto grises que pasan una mala racha pero que, gracias al trazo detallista y colorido de Jourdy, nos reconcilian con el mundo y con nosotros mismos.
No les mareo más. Termino con la magnífica Clásicos para la vida del siempre certero Nuccio Ordine (Acantilado), cuya introducción -la introducción, al menos- debería ser de lectura obligada por cualquier persona interesada en lo que debería ser la educación.

Por aquí nos vemos, ¡espero!, el próximo 2018 y ustedes, ya saben: lean, lean.

domingo, 18 de junio de 2017

CONNERLAND (LAURA FERNÁNDEZ)



Es esta una novela improbable, no porque su protagonista sea un fantasma de pelo húmedo y toalla de microdelfines, electrocutado de forma absurda con un secador de pelo y enviado de vuelta desde “ahí arriba” para saldar alguna que otra cuenta pendiente con la única ayuda de una azafata que aborrece su -de ella- forma de vida. Conste que he dicho improbable, no inverosímil. Y es improbable porque Connerland, una delirante y divertidísima historia cuyo punto de partida es común al de Ghost (Jerry Zucker, 1990) -Laura Fernández dixit-, es también un homenaje a la ciencia ficción -tan injustamente menospreciada por el establishment-, a las revistas pulp, al malditismo literario y a ese icono y maestro de la contracultura que fue Kurt Vonnegut; es la crítica a la veleidad de la fama; es la actualización de una poética de la evasión; y es, por encima de todo, un monumento a un grupo de personajes tarados e imperfectos -como lo somos todos- que sobreviven en soledad a la crueldad y banalidad del mundo. ¿En soledad? No del todo, pues todos -o casi- comparten la devoción por el protagonista, Voss Van Conner, autor al que el éxito le ha sido esquivo hasta el momento de su electrocución con el ya citado secador. La literatura es evasión, sí, y consuelo. Reconforta también el cariño con el que la autora trata a sus pintorescos personajes, el mismo que el de su explícito modelo, el gran Vonnegut, a cuyo mundo remiten la dedicatoria y cita inicial y el título de un capítulo (God bless you, Mr. Water). La casi lisérgica trama de Connerland no responde en última instancia a un plan redondo de los trafalmadorianos ni encuentra su sentido considerada desde una perspectiva geológica como tantas de las de aquel, pero si son ustedes pacientes y llegan hasta el final de esta alocada aventura, encontrarán respuesta a muchas de sus preguntas; no en el viento, sino en el cuarto de baño en el que empezó todo.
Lean, lean y, como arenga Van Conner, ¡hagan el ganso!


domingo, 16 de abril de 2017

ALGUIEN HABLÓ DE NOSOTROS (IRENE VALLEJO)



Como bien sabe la mayoría de ustedes, me gano la vida -¡y encantada de ello!-como profesora de Latín, Griego y Cultura Clásica. En las dos primeras, materias de Bachillerato, se privilegian los contenidos lingüísticos, mientras que la Cultura Clásica, optativa de la ESO, se ocupa de la geografía, historia, organización política y social, religión, mitología, arte y literatura del mundo clásico y su pervivencia en Occidente. Ahí es nada. Tan ambiciosa e inabarcable resulta, de hecho, esta última, que hace ya tiempo que me desentiendo un tanto de las exigencias de la programación y picoteo aquí y allá, prestando siempre especial atención al acervo mítico y a la literatura. Por otro lado, la perspectiva que adopto como punto de partida, solo como punto de partida, es la de la omnipresencia del mundo clásico en la cultura popular contemporánea, especialmente en la ficción televisiva. Pueden hacerse una idea de todo esto en esta otra esquina. Siendo esto así, comprenderán que los libros de texto al uso no se ajustan casi nunca a mis necesidades. Si tuviera que elegir un libro de referencia no sería, de hecho, ninguno de los publicados por las editoriales al uso, sino el recentísimo Alguien habló de nosotros de Irene Vallejo, publicado por los amigos de Contraseña, cuyo catálogo es una muestra de buen gusto literario.

Alguien habló de nosotros, que Irene Vallejo dedica con generosidad a los profesores de humanidades que en el mundo somos, recopila los textos que la autora publica con regularidad en el Heraldo de Aragón -y también en su muro de Facebook-. Todos ellos, sin excepción, son piezas concisas y brillantes en las que, con pasmosa y aparente facilidad, pasa de lo general a lo particular y de la Antigüedad grecolatina al mundo contemporáneo, demostrando que los clásicos griegos y latinos están tan vivos como siempre. Basta tan solo saber mirar. Y para aprender a mirar es imprescindible la labor de divulgación de maestras como Irene Vallejo y asegurar la presencia en nuestros institutos de las materias humanísticas. En estos tiempos sombríos en que el mercado parece haberse erigido en único punto de referencia y en que resistimos los envites de un pragmatismo exacerbado y de pedagogías salvíficas que todo lo fían al cómo y nada al qué -y no existe cómo sin qué-, reconcilia un tanto con el mundo saber que hay espacio en la prensa generalista y en el mundo editorial para una autora como Irene Vallejo, capaz de leer y explicar con afecto, distancia y lucidez a los clásicos. 

De hecho, he de reconocer que me ha conmovido especialmente su texto “Oficio de ciudadano”, en el que reivindica como el logro que es la generalización de la enseñanza -pública- de las disciplinas humanísticas, tradicionalmente consideradas superfluas e inútiles y, en consecuencia, patrimonio exclusivo durante mucho tiempo de las clases pudientes. Ya se sabe, primum vivere, deinde philosophare. Y lo hace remontándose a la democracia ateniense y a la creación por parte de esta de un oficio general para todos, que venía a sumarse al que ya desempeñaba cada cual: el de ciudadano. Ese y no otro ha de ser el papel de la enseñanza secundaria, formar ciudadanos independientes y críticos con un bagaje cultural -científico y humanístico- que les permita desenvolverse en el mundo y disfrutar de él. Estoy convencida de ello, así que sigo en las trincheras, encantada de tener tanta y tan buena munición gracias a Irene Vallejo. Así que ustedes lean, lean.